En uno de los himnos del tiempo de Pascua, cantamos: «Somos el pueblo de la Pascua, nuestra fe es pascual». Es una invitación a vivir nuestras vidas con esperanza y alegría en nuestros corazones. Es cierto que en cada celebración eucarística proclamamos: «Cristo ha muerto, Cristo ha resucitado, Cristo vendrá de nuevo». Y, sin embargo, la imagen de Cristo en la cruz a menudo domina nuestro pensamiento. No hay duda de que la cruz, que evoca el sufrimiento y la muerte de Cristo, es el símbolo más importante de nuestra fe. Habla al corazón de la humanidad sufriente. Aún así, la cruz no es la última palabra de Dios para la humanidad sufriente.

El Señor Resucitado es el símbolo de una nueva vida. Él es la fuente de nuestra esperanza y nuestra alegría. Ha vencido al sufrimiento y la muerte. Incluso la cruz no tiene significado pleno sin Cristo resucitado. San Pablo pone el fundamento de nuestra fe en la resurrección de Jesús, cuando escribe: «Si Cristo no resucitó, nuestra predicación no tiene contenido, como tampoco la fe de ustedes« (1 Cor 15, 14). Es Su resurrección la que hace que Jesús y su mensaje sean dignos de confianza.

La prueba convincente de la resurrección de Jesús es la vida transformada de los apóstoles, después su encuentro con el Señor Resucitado. Después de la muerte de Jesús, la situación de los discípulos fue muy triste. Al llamarles Jesús, lo habían dejado todo y le siguieron. Habían puesto toda su esperanza en Él. Pero ahora, después de la muerte de Jesús y la derrota de toda su causa, los discípulos huyeron o se escondieron detrás de puertas cerradas. Pero después de encontrarse con el Señor resucitado, los apóstoles se transforman completamente. El encuentro con Cristo resucitado les liberó de su temor y los llenó de una fe entusiasmada en Jesucristo, el Señor de la vida y la muerte.

El poeta alemán Fredrich Schiller dijo: «Todo el que haya oído la proclamación de Pascua ya no puede seguir con una expresión trágica en su rostro y llevar la existencia triste de un hombre que no tiene esperanza».

Dietrich Bonhoeffer, el teólogo luterano y combatiente pacífico de la resistencia contra Hitler que fue condenado a muerte en el campo de concentración, dijo: «Cualquiera que descubra la Pascua no puede desesperarse».

San Pablo nos exhorta: «Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres« (Fil 4, 4). Sin embargo, la alegría no parece ser una de las características más obvias de muchos cristianos. En esta época de Pascua, intentemos realmente encontrar al Señor resucitado, en nuestra oración, en la Palabra de Dios, en la Eucaristía y llevando una vida de pueblo pascual.

Sobre el autor:

El P. Binoy Puthusery, C.M., es un sacerdote paúl perteneciente a la Provincia de India meridional. Fue ordenado sacerdote el 27 de diciembre de 2008 y poco después sirvió como coadjutor en Tanzania. En 2011, después de dos años de ministerio, fue nombrado Director Espiritual de las Hermanas Vicentinas de la Misericordia, en Mbinga, Tanzania. Actualmente reside en Barakaldo (España), y es formador en el Máster en Vicencianismo.