Un día de silencio que nos habla de espera, de preparación, de deseo; como el silencio musical, que espera expectante la nueva melodía que todo transformará.
La historia humana está llena de momentos dramáticos, de dolor, de angustia: enfermedades, terremotos, guerras, crisis económicas, sequías o inundaciones. Ante tantos dramas, sobre todo aquellos que pudieron evitarse con buena voluntad y con corazones generosos, surge la pregunta: ¿Por qué Dios no intervino? ¿Por qué dejó que los acontecimientos siguieran su curso? ¿No habría podido evitar muchos dolores si hubiese anticipado la muerte de alguien luego llegó a ser un criminal despiadado y homicida?
Estamos ante un misterio. Dios es bueno, pero sus designios son incomprensibles. No está sometido a nuestros planes, ni somos capaces de comprender por qué dotó a los humanos de una libertad que origina, junto a tantas vidas santas, también las de quienes se convierten en crueles servidores del mal.
Ante este misterio, nuestro corazón calla, reza, espera. Un día comprenderemos, aunque ya ahora podemos mirar hacia la mañana de Pascua. Porque en ese domingo magnífico, el silencio del Padre, que no rescató a su propio Hijo del Calvario, dio la respuesta capaz de aliviar toda lágrima humana…
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Laica colaboradora de la Parroquia Medalla Milagrosa de Narvarte, ciudad de México
0 comentarios