En medio de la multitud, Jesús vio a jóvenes soñadores y deseosos de vida nueva.
Cada vez más, crece en la Familia Vicenciana la conciencia misionera de que en el seguimiento de Jesús, evangelizador de los pobres, necesitamos escuchar las voces de los jóvenes, especialmente de los más necesitados y privados de la esperanza de una vida digna, para conocerlos, amarlos, servirlos y suscitar en ellos el seguimiento de Jesús.
En Brasil, según el Censo de 2010, los jóvenes constituían una cuarta parte de la población: 51,3 millones con edades comprendidas entre los 15 y los 29 años, de los cuales el 84,8% vivía en ciudades y el 15,2% en zonas rurales. La encuesta 2018 de la Fundación Abrinq afirma que la pobreza afecta a 17,3 millones de niños y jóvenes brasileños, de los cuales 5,8 millones de jóvenes viven en extrema pobreza; en su gran mayoría, son personas de color, víctimas de la violencia y residentes en regiones periféricas de las grandes ciudades.
Este escenario no puede ser ajeno a la mirada misionera vicenciana. Una realidad compleja, plural y llena de luces y sombras; de ahí la necesidad de hablar de «juventudes», como una forma más coherente de caracterizar lo que ocurre en esta etapa. Los jóvenes tienen sus propias heridas, incertidumbres y problemas, también son diferentes, innovadores, creativos y pueden ser una presencia viva y transformadora para el presente y el futuro, si cuentan con las condiciones dignas y adecuadas para desarrollar su potencial, afrontar sus retos y tomar sus propias decisiones.
La juventud es un lugar teológico donde también se eleva la voz de Dios como fuente de proclamación y profecía de los signos que señalan los nuevos tiempos. El Sínodo de los Obispos de 2018 afirma: «Necesitamos crear espacios donde resuene la voz de los jóvenes» (n. 35-38). «Exhortamos a las comunidades a realizar con respeto y seriedad un examen de la propia realidad juvenil más cercana, para poder discernir los caminos pastorales más adecuados» (n 103).
Estamos llamados a trabajar para que el carisma vicenciano se convierta en una presencia más activa y servidora entre los jóvenes, especialmente entre aquellos que viven en situaciones de pobreza y vulnerabilidad. En sus diversas formas de expresión, el carisma vicenciano debe actualizarse y llegar a los jóvenes, que deben ser portadores, protagonistas y continuadores del carisma dejado por san Vicente y ser beneficiarios también de la caridad vicenciana. El carisma vicenciano nos impulsa a profundizar en el encuentro con los jóvenes de forma creativa y abierta a las exigencias propias de esta misión:
- Acercarnos a los jóvenes, conocerlos en su propio universo y crear relaciones de cercanía, amistad y solidaridad. Este conocimiento requiere una apertura valiente para acoger, amar y servir a los jóvenes en un espíritu fraternal y de colaboración.
- Dejarnos tocar y transformar por la novedad que aportan los jóvenes. Entre los jóvenes la vida emerge obstinada, llena de heridas y potencial, llena de vitalidad y esperanza… Abrirse a los jóvenes transforma a las personas, elimina la uniformidad de vida, abre al discípulo misionero a la acción del Espíritu que hace nuevas todas las cosas.
- Compartir con los jóvenes el carisma vicenciano, que tiene un gran y actual potencial evangélico para atraer a los jóvenes. Los jóvenes tienen sueños, son idealistas, carecen de ideales duraderos y coherentes. Es fundamental compartir más el carisma con acciones de divulgación e implicación vicenciana, pero sobre todo con el testimonio de vida.
- Actuar con decisión a favor de los jóvenes y con los jóvenes. Impulsados por la caridad, por la fuerza del carisma vicenciano, los jóvenes son una invitación a promover su calidad de vida y su dignidad, al estilo de san Vicente, amándolos afectiva y efectivamente, actuando con ellos, con una solicitud que abarca lo material, lo afectivo y lo espiritual.
¡Nos enfrentamos a un gran y fantástico desafío! Jesús, al proclamar el Reino, vio a la multitud cansada y abatida, como ovejas sin pastor. Tuvo compasión de ellos y pidió nuevos obreros y discípulos. En medio de la multitud, Jesús vio a adolescentes y jóvenes sedientos y necesitados, soñando y anhelando una vida nueva. Son precisamente los jóvenes quienes pueden ayudarnos a mantener el carisma vicenciano siempre joven, ¡no permitiendo que se esclerotice en el pasado, inmóvil y sin la sal profética de la caridad evangélica!
P. Eli Chaves, CM
Fuente: https://www.pbcm.org.br/
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