«Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó, a ellos solos, aparte, a un monte alto» (Mc 9, 2; Mt 17, 1). Así es como San Mateo y San Marcos comienzan la narración de la transfiguración que se lee en la liturgia del segundo domingo de Cuaresma. San Lucas, en su relato de la Transfiguración, nos dice claramente el propósito del ascenso de Jesús a la montaña: subió a la montaña a orar (Lc 9, 28).
En la Biblia —y también en muchas otras tradiciones religiosas—, una montaña siempre se considera un lugar donde buscar a Dios en la oración. El Papa Benedicto XVI en su famoso libro «Jesús de Nazaret» escribe bellamente sobre el simbolismo de la montaña en la Biblia:
El monte como lugar de la subida, no sólo externa, sino sobre todo interior; el monte como liberación del peso de la vida cotidiana, como un respirar en el aire puro de la creación; el monte que permite contemplar la inmensidad de la creación y su belleza; el monte que me da altura interior y me hace intuir al Creador.
La Transfiguración de Jesús en la montaña, tal como la experimentaron Pedro, Santiago y Juan, se interpreta como un evento de oración o una experiencia mística. Cuando los apóstoles estaban solos en oración con Jesús, por un instante ven a Jesús en su Gloria como Hijo de Dios. Experimentan en Jesús el comienzo de la era mesiánica. Por esta experiencia lentamente se inician en la profundidad del misterio de Jesús.
Los evangelistas, al narrar la transfiguración de Jesús, están tratando de poner en símbolos y palabras algo que no se puede expresar completamente en palabras humanas. El famoso teólogo Karl Rahner, al hablar sobre la importancia de la vida de oración, dijo: en nuestro tiempo los cristianos deben ser o místicos o herejes. La ideología secular del mundo de hoy se nos impone día a día y nos incita a aceptar convicciones que básicamente aislan al hombre de lo «esencial». En este contexto, es muy importante que respondamos a la invitación de la Iglesia durante este tiempo de Cuaresma a retirarnos y pasar un tiempo en oración para tener una experiencia personal de Dios y reafirmar nuestra fe.
Sobre el autor:
El P. Binoy Puthusery, C.M., es un sacerdote paúl perteneciente a la Provincia de India meridional. Fue ordenado sacerdote el 27 de diciembre de 2008 y poco después sirvió como coadjutor en Tanzania. En 2011, después de dos años de ministerio, fue nombrado Director Espiritual de las Hermanas Vicentinas de la Misericordia, en Mbinga, Tanzania. Actualmente reside en Barakaldo (España), y es formador en el Máster en Vicencianismo.
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