«No solo de pan vive el hombre».
Gén 2, 7-9; 3, 1-7; Sal 50; Rom 5, 12-19; Mt 4, 1-11.
Jesús vivió su “cuaresma”: cuarenta días en el desierto, en soledad, en contacto directo con su Padre, discerniendo desde la luz de ese encuentro, quién era él y cuál era el proyecto que su Padre tenía para su vida.
Fue un viaje al centro del corazón de Dios y hacia el centro de su propia existencia.
Ahí se le presentan varios caminos para el proyecto de su vida (las tres “tentaciones”), los cuales va rechazando porque descubre que no corresponden con la mente de Dios, con sus criterios, y porque sabe que no conducirán su existencia por el camino del amor y la entrega generosa.
La cuaresma que vamos iniciando podría ser para nosotros un tiempo más en el calendario; o puede ser también un viaje vital al centro de nuestro propio yo. Puede ser un ejercicio de oración y encuentro que nos confronte con nosotros mismos de tal manera que nos ayude a vislumbrar cómo puede ser nuestra vida hacia el futuro, más rica, más profunda, con más sentido. Puede ser un tiempo para crecer, para determinar aquellas cosas por las que vale la pena entregar la vida, para aclarar qué es lo que necesitamos llegar a ser, si queremos vivir de verdad. La Cuaresma puede ser un tiempo muy rico. O no. Decidimos nosotros.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón, CM
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