Cada año selecciono un tema que orienta uno o algunos de los programas que organizo en la Universidad de St. John. Se me ocurrieron varias posibilidades para 2023. La sinodalidad sigue siendo un tema importante para el papa Francisco en este año. La Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USCCB) promueve un Reavivamiento Eucarístico Nacional. Y, como el papa Francisco anticipa el aniversario del Concilio Vaticano II, ha alentado el estudio y la reflexión sobre las cuatro Constituciones escritas por el Concilio. Verdaderamente, una abundancia de riquezas.
Para uno de mis programas, he decidido unir dos de los temas posibles: el de la Eucaristía y el de las Constituciones del Vaticano II. Unir estos dos elementos de nuestra vida católica ofrece la oportunidad de permitir que cada uno de ellos se comprenda más plenamente y en colaboración. Considero tres elementos que descansan en el corazón de nuestra celebración sacramental: la liturgia de la palabra, la liturgia del altar y la comunidad de fe reunida. Todos ellos pueden examinarse desde la perspectiva de los documentos del Vaticano II. Ofrezco un breve ejemplo de cada uno.
La importancia de la Liturgia de la Palabra recibe una poderosa afirmación en la «Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación» (Dei verbum). Aquí surgen muchos puntos importantes con respecto a la fuerza del mensaje divino. El alimento de la comunidad cristiana fluye de la Palabra de Dios proclamada en nuestras Escrituras y del sacramento del altar. Ambos son ingeridos y digeridos por un pueblo cristiano observante.
La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia (Dei Verbum, 21).
La recepción de la Palabra del Señor y del Cuerpo de Cristo se unen en un todo eucarístico.
El sacramento del altar recibe un énfasis especial en la «Constitución sobre la Sagrada Liturgia» (Sacrosanctum concilium):
Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el Memorial de su Muerte y Resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera (Sacrosanctum Concilium, 47).
El Catecismo de la Iglesia Católica, en línea con el documento del Vaticano II, se refiere célebremente a la Eucaristía como «fuente y cumbre» de la vida cristiana (1324). En este sacramento del altar, Cristo mismo se hace presente entre nosotros una vez más.
La centralidad de la comunidad cristiana en la Eucaristía puede verse reflejada tanto en la «Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual» (Gaudium et spes) como en la «Constitución dogmática sobre la Iglesia» (Lumen gentium). Como pueblo con preocupaciones y valores comunes, nos reunimos como comunidad a la mesa del Señor y luego salimos para cambiar nuestro mundo. Una de las líneas notables del Concilio, y que habla a nuestros corazones vicencianos, introduce Gaudium et spes:
Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo (Gaudium et spes, 1).
Lumen gentium subraya la comunidad que se forma en la mesa del Señor:
La unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representada y se realiza por el sacramento del pan eucarístico (cf. 1 Co 10,17). Todos los hombres están llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos (Lumen gentium, 3).
Al entrar en un Reavivamiento Eucarístico, al reflexionar sobre los Documentos del Vaticano II, las conexiones y confesiones mutuas pueden profundizar nuestro amor por las enseñanzas de nuestra Iglesia y su sacramento central.
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