La fraternidad es el mayor desafío de la obra eclesial y, al mismo tiempo, el más necesario para que la Iglesia sea lo que el Señor espera de ella: un pueblo de bautizados que vive la comunión y la unidad, a imagen de la Santísima Trinidad.
«Ensancha el espacio de tu tienda» (Is 54,2): estas palabras del capítulo 54 del Libro de Isaías son el título elegido por la Secretaría General del Sínodo de los Obispos para el documento de trabajo de la fase continental. Permitidme que titule estas líneas que escribo con las mismas palabras, no por falta de creatividad para encontrar un título más original, sino, sobre todo, por la imagen inspiradora que estas palabras ofrecen del camino sinodal que la Iglesia está llamada a vivir y del estilo eclesial que todos estamos llamados a aceptar y acoger.
El profeta Isaías, proclamando la gloria de la Nueva Jerusalén, nos invita a entonar cánticos de alabanza y alegría por la fecundidad que el Señor hace brotar en su pueblo, pues la que era estéril se ha hecho fecunda y los hijos de la desposada son más numerosos que los de la casada. Por eso, el Señor mismo exhorta por boca de Isaías: «Ensancha el espacio de tu tienda, las cortinas extiende, no te detengas; alarga tus sogas, tus clavijas asegura; porque a derecha e izquierda te expandirás, tu prole heredará naciones y ciudades desoladas poblarán» (Is 54,2-3).
Qué hermoso es ver este camino sinodal como una tienda que se extiende y llega hasta el corazón de cada hombre y de cada mujer, que involucra a todos los bautizados y, a partir de ellos, amplía el horizonte de la evangelización a todo ser humano sin excepción. Es la dinámica evangelizadora del propio Jesús, que tiene a las multitudes como interlocutor privilegiado, pero no como masa abstracta. Los discursos dirigidos a todos se completan con la palabra particular y encarnada dirigida a cada uno: «Dame de beber» (Jn 4,7); «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa» (Lc 19,5); «Sígueme» (Mt 9,9). La palabra dirigida a cada uno, en lo concreto de su existencia, se completa con la invitación hecha a los Doce, a quienes llamó a compartir la misión especial de ser garantes de la apostolicidad y de la unidad de su Iglesia.
La Iglesia sinodal, nacida del corazón de Dios, inaugurada en Jesucristo y animada y vivificada por la fuerza del Espíritu Santo, es testigo de esta dinámica de evangelización y, en la diversidad de dones, carismas y ministerios, camina por la historia ensanchando su tienda para hacer de ella un lugar de acogida, comunión y unidad.
Implicar, acompañar e integrar son verbos fundamentales de la dinámica sinodal y deben modelar nuestra acción eclesial. El camino sinodal, inaugurado el 10 de octubre de 2021 por el papa Francisco en Roma y que nos llevará a la XVI sesión general ordinaria del Sínodo de los Obispos, celebrada por expreso deseo del papa Francisco en dos sesiones a celebrar en octubre de 2023 y 2024, es testigo y signo de que los eventos, estructuras y procesos sinodales son momentos paradigmáticos para vivir, potenciar y operativizar el estilo eclesial que debe caracterizar a la Iglesia: ser un pueblo que camina en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (LG 4).
La sinodalidad es el «modus vivendi et operandi» [la forma de vivir y obrar] de la Iglesia. Como dice san Juan Crisóstomo: «Iglesia y sínodo son sinónimos». Sabiendo lo fácil y tentador que resulta que incluso los conceptos más bellos y teológicamente bien formulados puedan quedarse encerrados en su formulación teórica y abstracta, la sinodalidad debe hacerse operativa y dinámica. Como nos recuerda el documento para la fase continental, este camino ya está dando frutos, generando comunión y fortaleciendo la unidad, pero no está exento de dificultades que deben ser identificadas y asumidas como elementos de fuerza para que la comunión sea más fecunda y la unidad más verdadera.
Ensanchar nuestra tienda implica la capacidad de allanar terrenos todavía tortuosos y escarpados, para que la alegría de la siembra y el regocijo por los frutos ya recogidos nos animen siempre a arrancar las malas hierbas. Se señalan muchas dificultades en el ejercicio concreto de la sinodalidad —clericalismo, falta de formación de los laicos, carencia de estructuras de participación y corresponsabilidad, confusión con democracia—, pero hay que decir que, para mí, son síntomas de una causa más profunda: la falta de fraternidad. De hecho, el déficit de sinodalidad que vemos en la Iglesia es proporcional al déficit de fraternidad.
La fraternidad es el mayor desafío de la obra eclesial y, al mismo tiempo, el más necesario para que la Iglesia sea lo que el Señor espera de ella: un pueblo de bautizados que vive la comunión y la unidad, a imagen de la Santísima Trinidad. La fraternidad es el mayor motor de la misión evangelizadora, desde la evangelización de la primera comunidad creyente, que lo hacía más por el amor que ponían en las relaciones interpersonales que por los largos discursos que pronunciaban. Compartimos una misma dignidad bautismal y somos corresponsables en la única misión de la Iglesia, que consiste en hacer presente en el mundo el Evangelio que es Jesucristo mismo, y sólo podemos hacerlo verdaderamente como hermanos y hermanas: «En esto conocerán que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13,35).
Para que la sinodalidad sea verdaderamente un estilo eclesial para una conversión pastoral permanente, exige un estilo de vida fraterna que sea testimonio de comunión y unidad, subrayando que la misión de la Iglesia tiene como sujeto a todo el Pueblo de Dios, que en la variedad de dones, carismas y ministerios, realiza en el aquí y ahora del tiempo y de la historia la comunión y la unidad que un día espera habitar en plenitud en el cielo.
P. Sérgio Leal
Fuente: https://www.padresvicentinos.net/
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