¿Alguna vez te han acusado de estar «fuera de tus cabales»? Ya sabes, intentas hacer algo que parece estar más allá de tus capacidades, y la gente —incluso tus amigos— te dicen que estás mal de la cabeza. Intentas cambiar algo que todo el mundo está de acuerdo en que es inmutable, y te dicen que estás chiflado.
¿Tú qué opinas? ¿Crees que realmente estás loco, o sólo que aspiras a más en algún asunto que los demás, y estás dispuesto a dar lo mejor de ti mismo? ¿Podrías tener una perspectiva más amplia, ver un contexto más completo y estar dispuesto a actuar en consecuencia? ¿Podrías profundizar más en un asunto y ver una verdad más profunda que te llegue al corazón y al alma? ¿Estás fuera de tus cabales o dejas que la plenitud de tu visión, acción y pensamiento se apodere de tu corazón y de tu alma? Tal vez veas algo bueno y bello que a otros se les escapa. Tal vez estés descubriendo una profundidad y una riqueza que antes se te escapaban. Tal vez desees hacer algo que otros consideran una tontería y un despilfarro. Santos, poetas y científicos han hecho revelaciones e intuiciones que parecían locas hasta que se demostraron verdaderas y santas.
En estas últimas semanas hemos escuchado un breve relato evangélico en el que la gente pone en duda la razón de Jesús. Llega a una casa donde cabría esperar que descansara y comiera algo, pero no lo hace. La llamada del Evangelio es demasiado poderosa y, dejando a un lado estas comodidades ordinarias, continúa con su ministerio de predicación y curación. Esto capta la atención de sus parientes y vecinos.
Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él,
pues decían: «Está fuera de sí» (Mc 3,21).
Nótese que Jesús desea actuar de una manera que es más importante que la comida y el descanso. Por lo tanto, está loco. Es otra forma de decir «yo nunca haría eso» y, por lo tanto, está fuera de sí.
Cuántas veces en su ministerio Jesús podría ser descrito como «fuera de sí» por aquellos que no sienten la atracción de la fe ni escuchan la llamada del Evangelio:
- de pie ante la tumba de Lázaro y llamándolo a salir;
- tomando un poco de pan y unos pocos peces, y ordenando a sus discípulos para alimentar a una multitud hambrienta;
- levantando el pan y el vino y llamándolos «su cuerpo y su sangre».
- llamando a Pedro para que salga de la barca y camine sobre las aguas;
- diciendo a los ciegos que vieran, a los sordos que oyeran y a los paralíticos que caminaran.
Jesús nunca se dejó controlar por lo que otros pensaban o por cómo actuaban. Él respondía a una voz diferente y a una llamada superior.
¿Y nosotros? ¿Estamos controlados por lo ordinario y el miedo a que nos llamen «locos» por algunas de las formas en que actuamos y hablamos? Cuando nos esforzamos por beneficiar a los demás, se nos podría tildar de cosas peores. Estaríamos en buena compañía.
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