“Ves cómo te empuja la gente y preguntas: ¿Quién me ha tocado?”
Hb 12, 1-4; Sal 21; Mc 5, 21-43.
Ante los ruegos de un padre preocupado por la vida de su hija, el Señor se pone en camino. Mientras se dirige, alguien toca su manto. Se trata de otra mujer que también está enferma desde hace muchos años. Va mucha gente con el Señor, algunos son meros curiosos, escépticos incluso, otros acompañan sin implicarse, pero otros tienen fe en su Palabra. Alguien ha tocado su manto y Él pregunta quién ha sido. Los discípulos responden en una especie de reclamo, pero no se detiene en el detalle: alguien ha tocado su manto.
Quizá no lo entienden porque ellos también empujan al Señor, semejante a nosotros que, por la desesperación, el dolor, la necesidad, el desconsuelo, exigimos y queremos empujar una y otra vez su acción salvadora. Basta escuchar nuestras plegarias y peticiones para que Dios haga tal o cual cosa y, paradójicamente, luego acompañamos esas peticiones con la oración del Padre Nuestro donde rezamos: hágase tu voluntad así en la tierra como el cielo. Por eso es significativo que una mujer toque su manto y no lo empuje como tantos lo hacemos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Emmanuel Velázquez M., CM
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