“Bienaventurados“
Sof 2, 3;3, 12-13; Sal 145; 1Cor 1, 26-31; Mt 5, 1-12.
Hace tiempo, en una parroquia de la Sierra Norte de Puebla, después de caminar mucho tiempo para llegar a una comunidad, sobrevino el hambre y, también, el cansancio. En la entrada estaba una señora de edad avanzada, quizá de unos 80 años, de rostro arrugado, pero irradiando serenidad y una sonrisa que es difícil encontrar en la gente de ciudad. Encorvada por los años y el trabajo, descalza, usando naguas blancos, delgadita, menudita. Trabajaba su campo, me vio y cortó unas naranjas. Aquellas frutas eran más dulces por la generosidad de aquella mujer humilde que las ofrecía sin esperar nada a cambio. Me dijo “ande, cómalas, son de mi terreno, no se las robé a nadie”.
Ese día tocaba en misa este pasaje del Evangelio; al leer las bienaventuranzas no dejaba de pensar en María. Hoy también la recuerdo; son ellos, los pobres, los que entienden que cada acto de amor, cada brazo, cada entrega, empuja la trasformación hacia la humanidad anhelada por Dios.
“Humanidad”, esa es la palabra, nos anhela humanos, para hacer algo con los desposeídos, con los que sufren, con los que no tienen dinero, pero sí un corazón inmenso.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Emmanuel Velázquez M., CM
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