“Jesús les ordenaba con severidad (a los espíritus inmundos) que no hablaran de él públicamente”
Hb 7, 23-8, 6; Sal39; Mc 3, 7-12.
Los Antiguos miraron a su alrededor y lo encontraron limpio, le llamaron “mundo”, palabra griega que es su equivalente. Por tanto, cuando el Evangelio menciona “espíritu inmundo”, nos lleva a pensar aquello que ensucia al ser humano, que lo afea, que ensucia la vida y el mundo.
Podría ser un error de estrategia, hoy diríamos de marketing, evitar que el enemigo hable bien del Señor. Quizá, hasta podría suscitar notables cambios de vida en personas reacias. En cambio, les ordena con severidad, dice el evangelio, que no hablen. No ha de ser por boca de un “espíritu inmundo” que surja la necesidad de conversión, sería un camino arriesgado, engañoso, incluso contradictorio. Al final del día se tornaría en una clase de espectáculo para entretener a los espectadores y hacerles perder el tiempo.
Ha de ser desde la escucha de la Palabra del Señor que se horade, es decir, que se haga un hueco en el corazón para que tenga cabida el deseo de hacerse discípulo de Jesucristo.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Emmanuel Velázquez M., CM
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