“Yo los bautizo con agua; pero él los bautizará con Espíritu Santo”
1Jn 5, 5-13; Sal 147; Mc 1, 7-11.
La declaración de Juan es de gran relevancia, advierte una diferencia sustancial en el modo de comprender la presencia de Dios en la vida, y el modo de acercarnos a Él. Para Juan era indispensable la penitencia, el ayuno, el silencio, la vuelta a los orígenes israelitas de la tierra que mana leche y miel, de ahí su alimentación y vestimenta. En cambio, para Aquél que bautizará con el Espíritu Santo no se puede cumplir la voluntad de Dios con caras tristes, pues el Espíritu Santo es Espíritu de alegría y de fiesta. Está sonando la flauta, propia de las fiestas de bodas, que es la mayor de todas las fiestas, y para participar se pide vestido especial de fiesta, es decir, un cambio rotundo de actitudes.
A la fiesta no se entra a ayunar, pues el novio está con nosotros; su presencia nos insta a compartir la vida, es decir la alegría y los alimentos con quienes pasan hambre y quienes están tristes.
Empero, si insistimos en ayunar debemos dar ese pan a quien padece hambre. ¿O qué sentido cristiano tendrá?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Emmanuel Velázquez M., CM
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