La sostenibilidad del mundo en que vivimos está comprometida. ¿Soy consciente de que es posible celebrar el verdadero motivo de la Navidad, manteniendo un espíritu de sobriedad y superando la cultura del consumismo desenfrenado que nos asola —aún más— en estas fechas?
Varios pensamientos me han preocupado últimamente, por una experiencia plena y serena de la llegada del Salvador.
El primer pensamiento me lleva a la dimensión del tiempo. Estamos celebrando el nacimiento del Niño Dios y estamos a punto de entrar en un nuevo año… otra vez. Es fácil caer en esta «trampa», porque de hecho la sensación (que me parece general) es que el tiempo pasa muy rápido y, por tanto, parece que fue «ayer» cuando celebramos el día de Navidad del año 2021. Y es una «trampa» porque este pensamiento puede llevarnos a cometer el error de pasar de largo por momentos y situaciones, año tras año, sin detenernos en su verdadero significado. El ajetreo que caracteriza este tiempo de espera hasta Navidad y luego hasta el año nuevo, es mucho, demasiado, hasta el punto de quitarnos atención, energía y emoción para celebrar la verdadera Navidad cristiana.
La segunda reflexión me lleva al consumo desenfrenado que caracteriza esta temporada. Desde hace unos años, vengo observando que distintas marcas y espacios comerciales empiezan cada vez más temprano a preparar campañas navideñas, pero que nada tienen que ver con la Navidad. Estamos tan inundados por tantos anuncios, correos electrónicos con ofertas y descuentos, vallas publicitarias en cada esquina de las calles por las que pasamos, que es (aparentemente) imposible ignorar los regalos de Navidad, sin los cuales padres, hijos y amigos se considerarían decepcionados u olvidados. Y, aunque hoy en día los anuncios y las campañas son cada vez más refinados, es decir, los mensajes que nos envían, aunque tengan un contenido consumista, nos instan a estar juntos y a hacernos presentes, en lugar de regalar, se olvida el verdadero motivo de la celebración. Por cierto, queda totalmente fuera de la ecuación de quienes intentan vendernos que la Navidad consiste (sólo) en compartir buenos momentos en familia, intercambiar regalos, tener la mesa llena, poner un árbol y colocar luces bonitas y deslumbrantes. Sí, la Navidad también puede ser todo eso, pero ¿quién es el que nos hace estar con nuestra familia para celebrar la Navidad? Es Jesús, el Dios hecho hombre, que nació para darnos la vida eterna. Él es el motivo de nuestra celebración, de nuestra salvación.
El tercer pensamiento me lleva a una pregunta: ¿cómo conciliar este deseo natural de dar y recibir con el ideal de sobriedad al que nos advierte el papa Francisco y también con la celebración de la verdadera Navidad? Para ayudarnos a reflexionar sobre esta cuestión, recordemos la Carta Encíclica Laudato si’, el texto del papa Francisco que nos exhorta a cambiar nuestro estilo de vida por el bien de nuestra casa común: «El mercado tiende a crear un mecanismo consumista compulsivo para colocar sus productos, las personas terminan sumergidas en la vorágine de las compras y los gastos innecesarios. El consumismo obsesivo es el reflejo subjetivo del paradigma tecnoeconómico. Ocurre lo que ya señalaba Romano Guardini: el ser humano «acepta los objetos y las formas de vida, tal como le son impuestos por la planificación y por los productos fabricados en serie y, después de todo, actúa así con el sentimiento de que eso es lo racional y lo acertado». Tal paradigma hace creer a todos que son libres mientras tengan una supuesta libertad para consumir, cuando quienes en realidad poseen la libertad son los que integran la minoría que detenta el poder económico y financiero. En esta confusión, la humanidad posmoderna no encontró una nueva comprensión de sí misma que pueda orientarla, y esta falta de identidad se vive con angustia. Tenemos demasiados medios para unos escasos y raquíticos fines. […] Sin embargo, no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan. Son capaces de mirarse a sí mismos con honestidad, de sacar a la luz su propio hastío y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad. No hay sistemas que anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo de los corazones humanos».
«Menos es más»: nunca esta expresión tuvo tanto sentido. Volver a una vida sencilla, agradecer las posibilidades que se nos ofrecen, disfrutar de los encuentros con la familia y los amigos, dedicar tiempo a conversar sin prisas, servir a los demás, entrar en contacto con la naturaleza, rezar, vivir el sacramento de la Eucaristía… Todo ello es el camino para saborear más y vivir mejor cada momento, combatiendo la aceleración de los ritmos de vida, tan nocivos para una escucha activa de los demás, para una atención a la naturaleza y a la casa común.
Vivir la Navidad es hacer un viaje a las raíces de nuestra fe, a través de una actitud interior de gran humildad, como el ambiente en el que nació Jesús. En el corazón de la Navidad no sólo hay una dulce y dramática historia familiar, explotada por el consumismo, de una pareja que busca alojamiento para el Hijo de Dios. En el corazón de la Navidad está el misterio de la fe, en el que Dios se reviste de la fragilidad humana para salvarla. Y la vida humana no tendría sentido si Cristo Salvador no se hubiera encarnado y redimido a la humanidad. He aquí el verdadero sentido de la Navidad, que no siempre es fácil descubrir en medio de tantos atractivos eslóganes navideños.
Feliz Navidad.
Mafalda Guia
Fuente: https://www.padresvicentinos.net/
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