Lo que el mensaje de Nuestra Señora de Guadalupe significó para la Madre Seton, y lo que significa para nosotros

por | Dic 12, 2022 | Formación, Reflexiones | 0 comentarios

En Guadalupe, la íntima relación de nuestra Santísima Madre con el pueblo de México cambió el mundo. Santa Isabel Ana Seton descubrió la misma verdad en su propia vida. Cuando recuerdas que Jesús y María son tu familia, todo es posible.

Sor Rosemary entró en la clase de cuarto curso mientras se suponía que todos deberían estar leyendo. Llevaba una caja bastante grande bajo el brazo y ordenó enfáticamente a todos que por favor mantuvieran la vista en su tarea. Luego se encaramó sobre la mesa de la profesora.

Sor Rosemary era directora de una escuela parroquial católica de Chicago, y uno de sus antiguos alumnos, Sonori Glinton, relata el suceso en un episodio del programa de radio This American Life, calificándolo de uno de los momentos más vívidos y educativos de su vida.

Sor Rosemary era una monjita irlandesa, muy bajita y seria. De puntillas, estirándose todo lo que podía, apenas consiguió lo que había venido a buscar: quitó el crucifijo de la pared. Haciendo equilibrios por segunda vez, lo sustituyó por otro: un Jesús que era negro. Bajó de un salto del pupitre, recogió su caja (ahora contenía diecinueve Jesús negros y uno blanco) y fue a hacer lo mismo en todas las demás aulas del colegio.

El barrio de Glinton había formado parte de un suburbio predominantemente blanco de Chicago, pero en los últimos años la demografía había cambiado. Ahora eran sobre todo familias negras las que allí vivían, trabajaban y celebraban su fe. La hermana Rosemary podría haber cambiado las cruces el fin de semana, recuerda Glinton, pero prefirió hacerlo cuando los alumnos estaban en clase. Al relatar la historia, recuerda lo formativa que fue:

Esto es lo gracioso: apenas cambió las cruces, eso provocó el cambio en mi cabeza. Así de simple, Jesús era negro. No lo medité. No le di vueltas en mi cabeza. Tenía sentido para mí.

Cuando eres un niño de cuarto grado, todo es más grande que tú. Todo el mundo es más listo que tú, más antiguo. Pero cuando un día te das cuenta de que Jesús es como tú, Jesús es negro, entonces todo parece posible.

Glinton tiene razón. Cuando Jesús es como tú, todo es realmente posible.

Quizás sor Rosemary había aprendido la lección directamente de la propia madre de Dios, que se apareció a Juan Diego, quien se convertiría en el primer santo indígena católico romano de las Américas en 1531. Como mestiza (persona de ascendencia combinada europea e indígena), Nuestra Señora de Guadalupe reflejaba la propia etnia de Juan Diego, y acabó convirtiendo a todo un continente.

Lo que sor Rosemary sabía, y lo que el Espíritu Santo nos ayuda constantemente a comprender, es que el amor es siempre radical y totalmente personal. Cuando san Pablo dice que Jesús es «semejante a nosotros en todo menos en el pecado», lo dice literalmente. La humanidad de Jesús es real. Cuando Nuestra Señora de Guadalupe llama a san Juan Diego su hijo más querido, y le dice «¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi protección?», no está hablando en sentido figurado: su maternidad es real.

Porque lo que pasa con la maternidad, y con el amor, es que ninguno de los dos puede existir solo. Nadie ama porque sí. Amamos a otras personas. La maternidad no es un rasgo aislado, como tener los ojos marrones. No, si eres madre, es porque eres madre de alguien. El hecho de que la Virgen sea madre de todo el mundo no significa que sea menos específica y directamente madre tuya.

Fue cuando santa Isabel Ana Seton empezó a comprender la naturaleza totalmente personal de este amor, cuando las semillas de su conversión católica empezaron a crecer.

En febrero de 1804, todavía afligida por la reciente muerte de su marido, abrió un libro con la oración Memorare. Su propia madre había muerto cuando ella tenía tres años, pero escribe que, de repente, «sentí que realmente tenía una Madre. Como sabéis, mi insensato corazón se lamentaba a menudo de haberla perdido en sus primeros días. En ese momento me pareció como si hubiera encontrado más que a ella, incluso en la ternura y la piedad de una Madre, así que lloré hasta dormirme sobre su corazón».

La madre que santa Isabel Ana había encontrado aquel día no era sólo la madre de Jesús; era la propia madre de Isabel Ana. Cuando regresó a Nueva York, se preguntó si debía enseñar a sus hijos el Ave María, pero finalmente decidió: «Si alguien está en el cielo, su Madre debe estar allí… Así que le ruego con la confianza y la ternura de su hija que se apiade de nosotros y nos guíe a la verdadera fe».

Con una oración así, su conversión a la Iglesia católica no estaba lejos.

De todos los escritos que dejó, una página muestra el Memorare, escrito a mano, con una nueva línea añadida: «Ámame, Madre mía».

Santa Isabel Ana, que rezaba todos los días ante una imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, había aprendido bien la lección de la Virgen: que María no es sólo la madre del mundo, es la tuya y la mía. Su maternidad sobre nosotros es tan real, directa y personal como si sólo fuera la madre de cada uno de nosotros, y de nadie más. Su maternidad no se diluye porque el amor no puede diluirse.

En Guadalupe, la relación personal de María con el pueblo de México cambió el mundo. Después de todo, escuchen lo que le dice a san Juan Diego sobre el motivo de su aparición: Ella deseaba que se construyera un templo «para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre; a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen». Ella quería «oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores».

María lo dice de verdad. ¿Cómo cambiaría nuestra propia vida si actuáramos como si ella fuera real, totalmente, nuestra propia madre? ¿Cómo sería si aceptáramos el amor que nos ofrece?

La lección radicalmente simple y totalmente revolucionaria que Sonari Glinton aprendió aquel día en cuarto curso y que la Madre Seton llegó a conocer, es cierta. Cuando recuerdas que Jesús y María son tu verdadera familia, entonces, verdaderamente, todo es posible.

A ANNA O’NEIL le gustan las vacas, el sacramento de la Reconciliación y el color amarillo, no necesariamente en ese orden. Vive en Rhode Island con su esposo, su hijo y su hija, e intenta tener siempre en cuenta que «cualquier cosa que valga la pena hacer, merece la pena hacerla con intensidad».
Fuente: https://setonshrine.org/

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