“Llegará el día en que todo lo que ustedes contemplan, será destruido”
Apoc 14, 14-19; Sal 95; Lc 21, 5-11.
Los judíos estaban orgullosos del tamaño y la belleza del Templo de Jerusalén, igual que nosotros lo estamos de nuestras iglesias y capillas, e incluso de nuestras casas o de nuestros cuerpos, por eso los adornamos y ponemos bonitos. Pero ¿de qué servirá una casa bonita si no es un hogar? ¿de que servirá un cuerpo bonito y arreglado si la persona no está llena de los valores que Jesucristo vino a enseñarnos?, ¿de qué nos servirá un templo hermoso si en él solamente se celebran rituales y no la comunión de los hermanos? En fin, si no son lugares donde reina el amor, todo lo que vemos es temporal y algún día será destruido.
Una familia que no esté bien cimentada en los valores del Reino de Dios que Jesús nos propone se destruirá al momento de repartir la herencia, pues en vez de escuchar la Palabra de Dios que habita en nosotros, escucharán al que les diga “tú tienes más derechos que tus demás hermanos”. Pero si logramos que Cristo sea el que reine en nuestra familia, entonces será verdaderamente iglesia doméstica que hará presente el amor de Dios en el mundo. Y eso sí que permanecerá para siempre.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Alfredo García Rendón
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