“Esa pobre viuda ha puesto más que todos”
Apoc 14, 1-5; Sal 23; Lc 21, 1-4.
Los pobres y humildes de corazón valoran las cosas que tienen, las aprecian porque saben que son dones que Dios les ha dado; a diferencia de los soberbios, que consideran que se las han ganado con su propio esfuerzo y por eso no tienen por qué agradecerlas ni compartirlas.
Jesús nos enseña que, en esta vida, el que tiene –y no solo bienes materiales, sino otros dones y capacidades– lo puede donar participando en algún voluntariado, en algún ministerio de la parroquia y que al hacerlo se está enriqueciendo, pues al entregarlos por amor, los está convirtiendo de bienes temporales, en bienes espirituales. Para solventar las necesidades de los más desfavorecidos, los pobres materiales, se necesita de la solidaridad de los demás que pueden hacer que su vida sea más llevadera. Recordemos que de alguna u otra manera todos estamos necesitados de “algo”, tal vez de cariño, de alguna palabra de aliento o de algún consejo, por eso se puede compartir la alegría, el conocimiento de algún oficio, algún consejo… Recordemos que cada vez que lo hacemos, estamos transformando los tesoros terrenales, en tesoros celestiales, que jamás se echaran a perder.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Alfredo García Rendón
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