«Cuidado, no se dejen engañar«
Mal 3, 19-20; Sal 97; 2 Tes 3, 7-12; Lc 21, 5-19.
Cuando tenemos alguna dificultad somos propensos a escuchar a cualquiera que se nos presente como portador de la solución: un brujo, un lector de café o de cartas que, queriendo ocupar el lugar que solo corresponde a Dios, nos dirá: “Si haces esto o aquello, si te tomas esta pócima, si te pones este amuleto, yo te aseguro que te irá bien”.
El cristiano debe saber que los problemas en nuestra vidas se pueden convertir en una manera de purificación y de fortalecimiento. ¿Cuántos no habrían vuelto a Dios de no haber tenido aquella enfermedad o aquella pérdida? En esos momentos de tribulación buscaron al Señor, sabiendo que solamente en Él encontrarían el verdadero consuelo, y así tuvieron la oportunidad de dar testimonio de esa presencia divina en sus vidas.
Pero ¡cuántos otros, por el contrario, se alejaron de Él y buscaron la salida fácil en el alcohol, en la drogas, en el sexo o en cualquier otra adicción, y lo único que encontraron finalmente fue el vacío! Se dejaron engañar por el padre de la mentira, que propone soluciones fáciles pero momentáneas, que lo único que hacen es esclavizarnos.
Señor no permitas que caigamos en las trampas del maligno.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Alfredo García Rendón
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