Homilía de la celebración eucarística que celebró el 65º aniversario de servicio del hermano paúl Alfred Smith, en la parroquia de San Vicente en Filadelfia.
Unepisodio narrado en el capítulo 17 del Éxodo nos habla de los brazos caídos de Moisés y de lo que se necesita para mantenerlos firmes. Marca la pauta de lo que es y de lo que se trata hoy aquí. Y eso es celebrar el amor del Señor que viene a nosotros en esta Eucaristía, y también celebrar que un hombre ha traído ese amor a muchos de nosotros, especialmente en esta parroquia, durante los últimos 65 años.
Para mantener al pueblo de Dios a salvo y vivo en su batalla contra Amalec, Moisés tiene que mantener los brazos en alto durante mucho tiempo. Pero no puede hacerlo sin ayuda, no puede continuar con fuerza a menos que otros intervengan para sostener sus tambaleantes brazos cuando empiezan a caer.
Ese acto de intervenir en momentos cruciales —a veces de vida o muerte— resulta familiar para cualquiera que conozca al hermano Al Smith. Desde muy temprano puso sus ojos en el propósito fundacional del Evangelio, «Dar a conocer a Dios», desarrollando el amor de Dios en este mundo. Se podría decir que a través de la presencia de Al, de su actividad y de su persona, se han levantado muchos brazos en la búsqueda de ese mismo propósito.
En primer lugar, ha habido generaciones de personas necesitadas y muy agobiadas, aquí en esta parroquia de San Vicente y en otros lugares, cuyos momentos de infortunio se han estabilizado gracias al trabajo de Al, y especialmente a su presencia.
Cuando, hace 65 años, se propuso seguir el camino de Vicente de Paúl de dar a conocer a Dios, dudo que pudiera imaginar el alcance de las acciones de ayuda de las que formaría parte: entrenar al baloncesto, rehabilitar y dirigir residencias de ancianos, gestionar comedores de beneficencia y grupos de personas mayores, crear programas de educación secundaria que elevaron a un gran número de jóvenes a las filas de la universidad, y mucho más.
En lugar de enumerar cada una de las iniciativas que llevó a cabo, seleccionaré sólo una de ellas de un folleto que el Hermano Al escribió recientemente, «Journey of an Inner City Servant, St. Vincent de Paul: Assistance, Shelter, Hope» [El Camino de un siervo del pueblo, san Vicente de Paúl: asistencia, refugio, esperanza]. Lo titula: «Un hermano vicentino da cobijo a los pobres».
Sor Ruth Maher, H.C., (Hija de la Caridad, una de las colaboradoras más cercanas de Al y que era trabajadora de extensión parroquial) me pidió que me uniera a ella y a unos cuantos seminaristas vicentinos en el apartamento de una mujer discapacitada que tenía que mudarse. Me pareció una petición razonable, y lo vi como una gran oportunidad para estar con los seminaristas. Sor Ruth se olvidó de decirme que el apartamento estaba plagado de cucarachas. Había cucarachas por todas partes, incluso en el congelador.
Como esta mujer sufría una amputación doble, no podía abandonarla a ella ni al proyecto de mudanza en el que sor Ruth estaba plenamente comprometida. A pesar de que muy pocas cosas eran salvables, trasladamos a la mujer a un nuevo apartamento en el mismo edificio y le devolvimos el sentido de la dignidad.
A continuación, el Hermano Al prosigue:
San Vicente de Paúl tiene mucho que decir sobre el servicio a los pobres, pero hay una de sus ideas que me da valor y celo en circunstancias como éstas. «Extiende tu misericordia hacia los demás, para que no haya ningún necesitado al que encuentres sin ayudar. Porque qué esperanza hay para nosotros, si Dios nos retira su misericordia».
La mención de sor Ruth abre otra perspectiva sobre el significado del fortalecimiento mutuo: la fuerza de todas las personas que han ayudado a sostener los brazos del Hermano Al en los momentos en que se habrían desplomado si estuviera solo. Sus cohermanos paúles, sus familiares, los laicos de la parroquia, otras religiosas que se unieron a Al, los funcionarios de la ciudad, los organismos de financiación, la Familia Vicenciana en general… tantos, a lo largo de las décadas, han estado a su lado y le han aportado ese plus que le ha permitido seguir adelante.
Y, por supuesto, está la relación de Al con el Fortalecedor, el Señor Dios, cuya cuidadosa Presencia le levantó a lo largo de todos los años. Cualquiera que esté cerca puede dar testimonio de la firmeza en la oración del Hermano Al y su forma de «entregarlo todo» a su Señor. Un momento álgido en esta relación fue un retiro de 30 días que hizo hace años, al que atribuye el haber derramado en él una resistencia y un «temple» especiales que han premanecido y durado.
Volvamos a Moisés y sus amigos, demostrando cómo es que mantener los brazos en alto necesita tanto refuerzo: desde dentro, desde alrededor, y lo más importante desde más allá, El Señor mismo.
Si podemos considerar estos 65 años como un tiempo de dar a conocer a Dios, como décadas en las que nos apoyamos en la fuerza de Dios, tenemos un retrato en tecnicolor del Hno. Al Smith, su vida, su trabajo, y de la vida que fluye en los tendones y músculos de todos nosotros. Y esto es, la vitalidad que brota del corazón de nuestro Dios, especialmente mientras continúa siendo derramada ahora en esta Eucaristía, mientras somos llevados de nuevo a los brazos vivos y moribundos y resucitados de Nuestro Señor Jesucristo.
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