La empatía está fundamentalmente del lado de los ciudadanos, pero la política no puede ser insensible a las historias concretas, por lo que también necesitamos políticos empáticos.
Los amigos Juan, Francisco, Antonio y Miguel van vestidos con camisetas azules, de un color azul intenso, muy de moda. Las camisetas son nuevas, pero quieren comprar otras. Las zapatillas también son las mismas, pero son son más caras, así que se quedarán con estas. Primero van a un supermercado del barrio a comprar crema hidratante, cortaúñas y maquinillas de afeitar. Van al barbero. Saben cómo quieren cortarse el pelo: «a la manera militar», pero ojo, a la manera americana. El barbero ofrece el servicio. Ellos le quedan agradecidos.
Parecen iguales (la misma ropa, el mismo peinado), pero son diferentes. Necesitan nuevas camisetas para mostrar que son diferentes entre sí, y que son diferentes de tantos otros. Sin embargo, necesitan nombres como Juan, Francisco, Antanio y Miguel para parecer iguales. No se llaman así. Tampoco se llaman Salim, Anwer, Djamel y Yacine, los nombres ficticios que eligió para ellos María Martín, la periodista del diario español El País que les acompañó en este primer día en suelo europeo («Tras un naufragio, una travesía de ocho días por mar y un desembarco multitudinario, los pasajeros del ‘Aquarius’ empiezan de cero con un corte de pelo y una camiseta nueva»).
Los cuatro amigos necesitan demostrar que son diferentes, superar el anonimato de la especie de uniforme —pantalones, zapatillas, camiseta— que recibieron tras su rescate en el mar. Y por nuestra parte, tenemos que demostrar que son iguales que nosotros.
Este movimiento pendular entre la igualdad y la diferencia se realiza en dos etapas: un tiempo empático, cuando nos identificamos con el otro, somos el otro, y un tiempo práctico, cuando lo vemos en su individualidad, estamos con el otro. Lo llamo tiempo práctico, porque pienso en el verbo hacer: hacer amigos, planes, fiestas, entrevistas de trabajo, la comida, la mochila del colegio, el turno de tarde, una invitación… Tantas cosas por hacer y tareas que tienen que ver con las exigencias de la vida normal, que todos —nosotros con ellos— deseamos.
El tiempo empático es un tiempo de preparación, el tiempo práctico es un tiempo de acción. No se excluyen, limitan o contradicen entre sí. Son dos tiempos permanentemente necesarios para rescatar a las personas, no del mar, donde naufragan en una repugnante mezcla de gritos, agua y gasolina, sino de ese lugar oscuro y sin fondo de la mente donde se encuentran con los pies atascados en el fango de la desesperación.
Europa debe encontrar la manera de ser una voz de confianza, audible por encima de las voces del miedo; los políticos europeos valientes deben liderar el discurso sobre la inmigración y los refugiados y no dejarse arrastrar por los comentarios del miedo. La empatía está fundamentalmente del lado de los ciudadanos, pero la política no puede ser insensible a las historias concretas, por lo que también necesitamos políticos empáticos.
El gesto del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, de aceptar recibir el mes de junio de 2018 en el puerto de Valencia al Aquarius, el barco de rescate de las organizaciones SOS Mediterranea y Médicos Sin Fronteras, fue un gesto valiente y empático. Comparto con ustedes las palabras de la profesora de ciencias políticas Máriam Martínez-Bascuñán: «[este gesto] no resuelve el problema estructural de Europa, ya que seguimos necesitando un sistema de gestión del asilo y la inmigración que sea realmente comunitario y que nos responsabilice a todos. Sin embargo, su mayor importancia radica en el poder del ejemplo, en el hecho de que a veces, sólo a veces, las cosas son como deben ser. Esta unión entre un hecho concreto (recibir un barco) y el valor universal que representa (la fraternidad) tiene el enorme potencial de cambiar el mundo, precisamente por ser ejemplar».
¡Y cuánto necesitamos los buenos ejemplos!
El 20 de junio de 2018, Día Mundial del Refugiado, el diario británico The Guardian puso a disposición de los lectores en línea y distribuyó con la edición en papel una lista con los datos de las personas que han muerto tratando de llegar a Europa desde 1993. Abrí el enlace del sitio web de The Guardian y un archivo de 56 páginas, una cuadrícula horizontal con líneas estrechas y varias columnas, se descargó automáticamente en mi ordenador, imponiéndose a mi realidad, incorporándose a mi día.
Actualizados los datos a 1 de junio de 2022, hay 48.647 muertes documentadas.
Son 48.647 muertes.
48.647 muertes.
Perpleja y perturbada, busco acoger a los muertos.
¿Podré hacerlo con los vivos?
Se llaman Salim, Anwer, Djamel y Yacine, o Juan, Francisco, Antonio y Miguel.
Inês Espada Vieira
Artículo publicado originalmente en la revista «Mensageiro de Santo António», jul-ago 2018
Fuente: https://www.padresvicentinos.net/
0 comentarios