Jesús crucificado es el único del cual han de saber y hablar sus discípulos. Desde la cruz, proclama él que a los suyos se les pone en el crisol. Logran así ellos ser justos al igual que él.
«El crisol es para la plata y el horno para el oro, pero el Señor prueba los corazones». Estas palabras son sabias, y acendradas cual la plata aquilatada en el crisol.
Pues ellas nos enseñan que los momentos de pruebas y contrariedades son a la vez momentos de gracia. Es decir, son momentos oportunos para que nos conozcamos, nos sondeemos y nos corrijamos a nosotros mismos. También para que seamos firmes, perfectos y maduros.
A los de Dios, sí, se les pone en el crisol. Y es por eso que luego logran sus ojos verle; no sabe de él solo de oídas. Los cristianos, a su vez, siguen su Maestro y sufren con él. Por lo tanto, aprenden a obedecer, y se hacen instrumentos de la salvación y partícipes del sacerdocio de Cristo.
Por supuesto, todo esto se puede decir de Vicente de Paúl. Dios, sí, lo escoge de entre los necios, despreciables y desechables a los ojos del mundo. Se le llama a ser, al igual que Jesús, más justos que los escribas y los fariseos. A ser perfecto como es perfecto su Padre que está en el cielo. Y ser de los que a los cuales se les da a conocer lo que se les esconde a los sabios. Pero para cumplir con las expectativas del que le elige o le llama, Vicente pasa por unas pruebas.
El crisol por el que pasa el llamado a servir a Dios y al prójimo
Le da pena al Padre Vicente no conseguir él mejorar la situación económica de su familia (SV.ES I, 88). Tal fracaso le duele tanto que le hace llorar de forma amarga. Con todo, no deja él de esperar en la gracia de Dios.
También en Dios confía del todo Vicente al acusarle erróneamente un compañero de cuarto de robo de dinero. No se justifica el acusado y difamado y forzado a cambiar de vivienda; dice no más: «Dios sabe la verdad».
Y cuando le atormentan graves y fuertes dudas de fe, Vicente retoma fuerzas para afferarse a la fe. Como no puede ni decir el credo, lo escribe en un papel. Ese papel lo coloca él sobre su pecho, en el bolsillo de la sotana. Y lo toca con la mano derecha para expresar su fe en los momentos de duda. Así supera el tentado contra la fe sus dudas y sus sentimientos de que Dios lo ha abandonado. Y ese crisol de dudas y derelicción le resulta decisivo. Pues le lleva a hacer el voto de vivir y morir en el servicio de los pobres.
Y tras hacer el voto, se libra de las dudas el que se ha buscado apartarse de los pobres. Pasa él de las tinieblas a la luz. Ve ahora con claridad que no puede sino ser de los pobres y, por lo tanto, del Evangelizador de ellos. Pues en ellos y en Jesús, —crucificado, entregando su cuerpo y derramando su sangre—, está la bienaventuranza.
Señor Jesús, concédenos soportar las contrariedades de la vida. Haz que ellas nos sirvan de crisol que nos dé fuerza para pasar de las tinieblas a la luz. Y nos convierta en portadores de la buena nueva.
27 Septiembre 2022
San Vicente de Paúl
Is 52, 7-10; 1 Cor 1, 26 – 2, 2; Mt 5, 1-12a
0 comentarios