En los últimos años, releyendo el relato evangélico del Hijo Pródigo, he adquirido la costumbre de hacer especial hincapié en las primeras palabras de la parábola: «Un hombre tenía dos hijos…» Subrayo el hecho de que hay «dos» hijos. Al comenzar la parábola de esta manera, hemos plantado en el fondo de nuestra mente que deben desarrollarse dos historias. Escuchar las aventuras de un hijo deja un resquicio. Deberíamos preguntarnos: «¿Pero qué pasa con el otro hijo?». La parábola de Jesús no nos deja colgados. La historia del segundo hijo también tiene su lugar. Pero, ¿cómo se unen las historias?
Conocemos el egocentrismo del hijo menor (El hermano mayor nos recordará su carácter muy pronto). Sabemos cómo el hambre y la necesidad llevan a este segundo hermano de vuelta al padre. Sólo podemos esperar que el arrepentimiento también impulse su regreso. Y sabemos cómo el padre lo recibe con gran calidez y acogida. Nada menos que una fiesta es suficiente para celebrar la vuelta a casa de este hijo.
Pero, a continuación, la parábola nos ofrece ese enfoque que nuestras cabezas pueden haber esperado desde las primeras palabras: «Ahora, el hijo mayor. . .» Trato de adornar esta línea con una pausa. Otra historia, que aún no es la definitiva, pasa a primer plano. La alegría que sentimos en la felicidad del padre por el regreso de su segundo hijo se ve ahora comprometida por las palabras de su primer hijo. Escuchamos lo que este hijo mayor tiene que decir. Podemos creerle en el cuadro que pinta, aunque sabemos que el daño le ha amargado.
Pero, ¿qué ocurre después? Comenzamos la historia con el padre y sus dos hijos. Luego tuvimos las historias de cada uno de los hijos con el padre. Ahora, podemos preguntarnos qué pasa con el padre y los dos hijos. La parábola no pretende resolver esta cuestión. Como en la mayoría de las parábolas, nosotros formamos parte de la historia. ¿Qué personaje interpretamos? Quizá varíe según las distintas audiencias y contextos. Sin embargo, reconocemos que las preguntas formuladas y las respuestas ofrecidas se dirigen hacia nosotros. Podemos ser los dos hijos, aunque no al mismo tiempo. ¿Cómo escribimos la conclusión de la historia? ¿Es una gran familia feliz o un hogar dividido? ¿Se unirá el hermano mayor a la fiesta de su hermano menor, o se apartará de él y de su padre?
La historia ofrece muchas lecciones. Varias de ellas tienen que ver con el arrepentimiento y el perdón. ¿Quién buscará el perdón y quién lo concederá? ¿Quién se arrepentirá de sus palabras y acciones y quién no las tendrá en cuenta? ¿Qué papel juega el padre en el encuentro entre los hijos? Al final de la parábola, este patriarca se queda fuera de la fiesta con su hijo mayor, pero confío en que volverá a la celebración con su hijo menor. ¿Crees que tiene razón en esa elección?
Sí, es la historia de dos hijos. Ambos tienen algo que enseñarnos y ambos tienen algo que aprender. Jesús quiso propiciar esta reflexión para sus oyentes y para nosotros.
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