Jesús es la lucidez en persona. Saca él a la luz la vanidad, la vaciedad, de la vida que llevan los que aman y sirven al dinero.
Jesús concede y no concede lo que le pide uno que se siente desheredado. Pues, en primer lugar, rehúsa el Maestro ser juez. Él no es de los que, con un poco de vanidad quizá, creen que hacen las veces de los jueces asistentes de Moises.
Pero, en segundo lugar, concede Jesús lo que más necesita el que busca a un árbitro. Lo que, de verdad, necesitan más que nada el reclamante, el reclamado y todo el mundo. Pues si todos nos guardamos de toda clase de codicia, no surgirá tal problema como el litigio de herencia. Ni caerá víctima nadie de la vanidad.
De modo claro, sí, nos recuerda Jesús la vanidad, la vaciedad, de la vida de no poca gente. La vida de los que se desviven y se desvelan por hacerse ricos. Sostiene él lo que se enseña de la vanidad en Sal 39 que dice en parte: «El hombre pasa como pura sombra, por un soplo se afana, atesora sin saber para quien».
Y no es que condene Jesús el dinero. Ni se puede negar que tenerlo es una fuerza motriz en la vida. Pero una cosa es buscarlo para tener comida en la mesa, pagar nuestras cuentas y mantenernos sanos de cuerpo y mente. Y otra cosa amasarlo como si fuera el sumo bien, el fin, no un medio solo para llegar al fin. ¿No será una locura confundir el uno con el otro?
Sin tacha de codicia ni de vanidad
Claro, nos quiere sabios y lúcidos Jesús, libres de la toda codicia y vanidad. Y para que seamos lo que él quiere que seamos, nos basta con contemplarle. Es decir, con mirarle de modo lento y con amor.
Pues todo el ser y haber de Jesús demuestra sabiduría y lucidez. Sus palabras y obras, su vida pobre y sencilla, su pasar haciendo el bien nos enseñan a evitar la vanidad.
Nos da a conocer él que lo sabio es confiar con fe fuerte en Dios que ama y cuida a los que ha creado. Éste da de comer a las aves y viste a los lirios. No dejará, pues, de alimentar y vestir a los que valen más que las aves y los lirios.
No se puede confiar, de todos modos, en los bienes que acumulamos. Ellos se nos acabarán un día o los tendremos que dejar. Seremos sabios, por lo tanto, si en vez de acapararlos solo para nuestro bienestar, comodidad y placer, los usamos bien. Por ejemplo, para ganar amigos que nos acojan en tiempos de apuro.
Sí, los de la luz, hemos de ser, a lo menos, tan inventivos que los de este mundo. Pero si queremos vencer al mundo, tendremos que ser inventivos al igual que Jesús. Es decir, librarnos de la codicia y la vanidad quiere decir ser y actuar como nuestro Maestro. Compartir lo que somos y tenemos al igual que él, hasta el extremo. Hasta entregar el cuerpo y derramar la sangre. En este misterio, y en todo lo que éste da a conocer, está lo que quiere decir ser inventivo de modo infinito (SV.ES XI:65).
Señor Jesús, concédenos evitar toda vanidad y buscar los bienes de allá arriba, y aspirar a ellos más que a los de la tierra.
31 Julio 2022
18º Domingo de T.O. (C)
Ecles 1, 2; 2, 21-23; Col 3, 1-5. 9-11; Lc 12, 13-21
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