Pablo solía emplear a un escriba para que redactara las cartas que le dictaba en beneficio de sus iglesias locales. Sin embargo, a veces él mismo toma la pluma para escribir unas últimas líneas (2 Tes 3,17; 2 Cor 16,21). En el pasaje que escuchamos de Gálatas este domingo pasado (6,14-18), tenemos los versos finales de esta carta, y Pablo nos dice que él mismo escribió estas frases (6:11):
Mirad con qué letras tan grandes os escribo de mi propio puño.
Este esfuerzo por parte de Pablo podría asegurar la legitimidad del documento, así como ofrecerle la oportunidad de enfatizar algunos puntos importantes y personales. Lo hace en el foco sobre la cruz que era tan central en su teología:
En cuanto a mí ¡Dios me libre gloriarme si nos es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo,
por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo! (6,14)
La vanagloria de Pablo nunca estuvo en el número de iglesias que fundó, ni en el número de personas que convirtió, ni en el número de viajes que realizó, sino siempre en su disposición a sufrir por el Evangelio sin concesiones. Esto es, para cargar su cruz.
En el penúltimo versículo de la Carta, Pablo proclama:
En adelante nadie me moleste, pues llevo sobre mi cuerpo las señales de Jesús. (6,17)
Las señales aquí se refieren a los sufrimientos que Pablo había padecido al proclamar el Evangelio, por ejemplo, sus palizas y naufragios y las lapidaciones. Para Pablo, estas cicatrices indicaban su total devoción a su Maestro, Jesús.
Al reflexionar sobre las representaciones de Pablo, podemos empezar a preguntarnos cómo llevamos las señales que nos identifican como hombres y mujeres cristianos. Para la mayoría de nosotros, eso no implicaría aflicciones físicas como las que experimentó Pablo, pero nuestro discipulado no puede ser tan neutral como para dejarnos sin señales de la fe que está en el centro de nuestras vidas. Tal vez podamos dar un paso atrás en el enfoque de Pablo en la cruz y preguntarnos cómo este símbolo define nuestro seguimiento de Jesús. Entre muchas posibilidades, sugeriré dos formas en las que llevamos esta señal fundacional.
En primer lugar, en la señal de la cruz. La señal de la cruz es un elemento esencial de nuestra fe cristiana. Comenzamos y terminamos nuestra oración con este santo patrón, al igual que comenzamos y terminamos nuestra misa. La señal de la cruz proclama quiénes somos y qué es lo más importante para nosotros. Nos recuerda cuánto hemos sido amados. Como cristianos, estamos sellados con la cruz y nos signamos con este distintivo.
Y en segundo lugar, como la cruz nos recuerda el viaje final en la vida de Jesús, también llama la atención sobre la realidad del sacrificio y el sufrimiento en nuestro viaje humano. Todos nosotros tenemos cruces que llevamos como miembros de familias, de comunidades y de organizaciones. A veces pueden ser médicas, a veces financieras, a veces relacionales, pero nos exigen y deben ser soportadas con fe y esperanza. Ninguno de nosotros puede vivir un solo día sin tomar su yugo y llevarlo. Estas cruces nos marcan.
Al final de la carta a los gálatas, Pablo sostiene que se ha mantenido firme en la proclamación y el testimonio del Evangelio. Tiene las cicatrices que lo demuestran. Sus palabras pueden guiarnos y animarnos al reflexionar sobre la cruz en nuestras vidas. Podemos reflexionar sobre el papel que desempeña en nuestro carisma vicenciano. Tal vez, con un poco de humildad y deseo sincero, cada uno de nosotros pueda decir:
Llevo las señales de Jesús en mi cuerpo.
0 comentarios