El Ungido y Enviado de Dios llega. Y con él viene mucha mies. Es por eso que hay necesidad de no pocos obreros y obreras.
Dios oye la oración de los que le piden: «Que haya grano en abundancia en la tierra y la mies ondee en lo alto de los montes». Pero, claro, para disponer de la mies grande, a disposición del Señor de la mies han de estar muchos obreros.
Así pues, Jesús no pierde tiempo para llamar a Simón y Andrés, a Santiago y Juan, los primeros obreros. Lo hace él, sí, no más proclamar: «Se ha cumplido el tiempo; está cerca el reino de Dios. Arrepentíos y creed en la Buena Noticia».
Y resulta que no le basta con cuatro obreros. Pues su fama se extiende por todas partes en la región de Galilea. Es que se asombran las gentes de su enseñar nuevo. No enseña al igual que los escribas, sino con autoridad; da órdenes a los malos espíritus, y lo obedecen.
Otras curaciones dan más solidez a su fama (Mc 1, 29-34). Y como resultado, los vecinos le llevan, aun después de ponerse el sol, todos los enfermos y endemoniados. De hecho, toda la población se apiña a la puerta. Y más tarde, el día siguiente, todos lo buscarán; y le tocará aún predicar en otros pueblos. Todo eso quiere decir que hay mucho trabajo por hacer; no son bastantes cuatro o aun doce apóstoles.
Pedir al Señor de la mies que mande obreros a su mies
Es mucha, sí, la mies. Por lo tanto, escoge Jesús a otros setenta y dos; irán por delante, de dos en dos, adonde piensa ir él. Es decir, no se busca obrero cualquiera; tiene que ser de los que escoja él. De los que mande el Señor de la mies, al cual hay que pedir ayuda.
Es que la mies es una de las grandes obras que hace el Poderoso. En primer lugar, la mies depende de Dios; él se la da a sus amados mientras duermen. En segundo lugar, la labor es obra también de él; no trabajar él quiere decir trabajar en vano los obreros. Con razón, se les pide a los misioneros que atribuyan a Dios no más el bien que hacen (SV.ES VII:91; XI:239).
Pero elige Jesús, envía el Señor de la mies, no solo a los que buscan las órdenes sagradas. No solo a los que se inclinan a la vida consagrada. La elección y la misión son para todos los cristianos también. Pues hay necesidad de muchos obreros: jóvenes, mayores, hombres, mujeres, personas de toda raza, lengua, cultura, laicas, consagradas, ordenadas, pobres, ricas.
Lo decisivo es que sean los cristianos precursores de Jesús. Que salgan de la propia comodidad para llegar a todas las periferias (EG 20). Pues su tarea es proclamar que llega él para iniciar el reino de Dios.
Y ese reino pide que se arrepientan todos, que nuestro mundo sea diferente de lo que es. Así brillará la luz por ser los obreros tan valientes para ver la luz y ser la luz. Y se alegrarán también sus corazones, no por tener triunfos tremendos. Sino por contribuir a que brote la nueva creación, a que sea nueva la faz de la tierra.
Señor Jesús, concédenos ser tus obreros. Haz que trabajemos al igual que tú; que nuestras oraciones y reuniones en torno a tu Mesa nos lleven a las periferias (SV.ES XI:734).
3 Julio 2022
14º Domingo de T.O. (C)
Is 66, 10-14c; Gál 6, 14-18; Lc 10, 1-12. 17-20
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