“Esto es mi Cuerpo que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”
Heb 10, 12-23; Sal 39; Lc 22, 14-20.
En aquella Última Cena y primera Eucaristía, su amor lo llevó a permanecer entre nosotros para que lo adoremos y para que nos alimentemos de Él y así tengamos en nosotros su misma vida, su misma fuerza, su mismo Espíritu que nos lleve a ser presencia suya en medio del mundo.
San Vicente de Paúl tiene en gran estima la Eucaristía, y con frecuencia invita a una buena preparación para recibir a Jesús en la comunión. Decía a las Hijas de la Caridad: El que tiene que recibir a otra persona más digna se esfuerza y se preocupa mucho por recibirlo dignamente. Arregla su hogar, lo limpia, lo alfombra, lo adorna, procura que no haya en él nada desagradable. Envía a la carnicería a comprar la mejor carne, caza algún venado, y se cuida de otros mil detalles. Pero para Nuestro Señor no hay necesidad de nada de esto; no hay que emprender ningún trabajo ni afanarse en mil ocupaciones; sin moverse, todos pueden disponerse, pensando solamente dentro de su corazón en limpiar las suciedades de su alma mediante la contrición y hacer un firme propósito de no ofender más a Dios (X, 44-45).
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Benjamín Romo Martín C.M.
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