Vivimos indudablemente tiempos complejos. Desde hace dos años, una pandemia global se ha instalado entre nosotros, provocando cientos de miles de muertos y graves problemas a toda la humanidad. Hace más de tres meses, una invasión en pleno corazón de Europa agitó los cimientos de la civilización occidental y avivió los fantasmas de una nueva guerra mundial. Ante estos y otros muchos dramas que asolan a la humanidad en estos días, es lógico sentir fatiga y estrés, desorientación y cansancio.

Los creyentes no somos una excepción. También sufrimos la «noche oscura» del que no ve salida a tal cúmulo de situaciones desastrosas. Muchos claman a Dios, exigéndole respuestas. Otros elevan su mirada y lloran con Él, y se confían a su misericordia, sin dejar de esforzarse, día a día, por transformar la realidad.

Me canso, Señor

Me canso, Señor, de leer en los periódicos
los mil y un fracasos cotidianos,
las innumerables guerras,
la continua violencia,
el odio que se hace noticia.

Más líneas ocupa un sólo asesinato
que un millón de actos generosos.

Enfrentarse con el diario es como dar un repaso
a la lista de asignaturas pendientes
de esta Humanidad.

Y, francamente, no me gusta.
Me avergüenza que seamos así.
Ante el fracaso del ser humano,
ante mi propio fracaso como persona,
siento como si estuviese abandonado de Ti.

Muchas veces hubiese gritado:
Señor, ¡manifiéstate!
Guíanos, que vamos camino de la locura
.”
Hasta he llegado a perder la esperanza
y desconfiado de tu mano paternal,
de tu promesa de liberación al hombre,
tu hijo cargado de cadenas.
¿No tengo paciencia, quizás?

Perdón, Señor, por mi falta de esperanza.
Quiero creerte y seguirte en esta tierra
que te ha olvidado y despreciado.
Dame ojos nuevos para leer la realidad
y en ella ver las semillas de tu Reino.

Invítame, Señor,
a trabajar más y a quejarme menos.

Invítame
a seguir la cruz y esperar la resurrección,
a plantar el arado en el surco
y cuidar de tu cosecha,
a transformar la vida desde el poder del amor,
a hacer fermentar la masa
con mi pobre levadura.

Si Tú no me ayudas, me voy a sentir sólo y débil,
como ahora,
y no seré capaz de hacer nada.
Gracias, Señor,
por ayudarme en mi camino.

Javier F. Chento

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