“Mujer, ahí tienes a tu hijo»
Hech 1, 12-14; Sal 86; Jn 19, 25-34.
Junto a la cruz, es decir, en medio del dolor y de la muerte inminente, Jesús sigue pensando no en sí mismo sino en nosotros y en su madre. ¿Puede acaso haber un amor más grande por mí y por ti que el amor de Jesús? Por eso nos dirá el apóstol Juan que nos amó hasta el extremo, hasta el último momento. Y nos sigue amando porque murió, pero resucitó para seguir amándonos y estando con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
Todo se ha cumplido. Fueron unas de las últimas frases de Jesús antes de morir. Él está consciente de haber cumplido fielmente la misión que su Padre Dios le había encomendado. Su alimento a lo largo de toda su vida terrena no fue otra que hacer la voluntad del Padre (Jn 4, 34).
Y ahí está nuestra Madre. Es el regalo de Jesucristo a nosotros. Nos ha hermanado y nos hace hijos de una misma Madre. A ella la proclamamos Madre de la Iglesia y Madre de todos los creyentes. Y ella sigue acompañando a los discípulos de su Hijo que peregrinamos por esta tierra, para que, en su compañía, caminemos hacia la patria eterna y, de nuestra vida terrena, podamos decir por gracia de Dios: Todo está cumplido. ¡Misión cumplida!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Benjamín Romo Martín C.M.
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