“¡Levántense y vayámonos de aquí!”
Hech 14, 19-28; Sal. 144; Jn 14, 27-31.
Estando en un campamento de refugiados, vinieron a avisarnos con carreras y gritos que un hermano estaba tirado en el lodo, no se movía. Corriendo a verlo lo tomamos por los brazos y con mucho cuidado lo enderezamos. Con sorpresa vimos que no tenía heridas, ni golpes, estaba entumido, tenía mucho miedo, miedo acumulado durante su huida por la selva, miedo a las torturas de las que escapaba, miedo a no tener qué comer, miedo a que hicieran algo a su familia. Sus hermanos lo abrazaron con ternura, lo ayudaron a levantarse del lodo; él se incorporó y se fue con ellos.
Jesús nos dice: “Les dejo la paz, les doy mi paz… que no haya entre ustedes angustia ni miedo… yo estoy siempre con ustedes… levántense y vayámonos de aquí”. Pero levantarse supone un esfuerzo; ponerse de pie no es fácil, sobre todo si el cuerpo está entumido y los ojos llenos de lodo. El hermano de nuestra historia se levantó y se fue de ahí, lo liberó el amor y la ternura de sus hermanos.
Jesús te envuelve con su ternura y compasión, él es paciente y lleno de amor. Déjate abrazar por el amor que libera y dignifica y levántate del miedo, del individualismo, de la violencia, de la droga… Entra en ti mismo, levántate al amor, a la libertad.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: María Luisa Fuentes Quesada HC
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