“En el Señor está nuestra esperanza. Aleluya”
Hech 2, 36-41; Sal 32; Jn 20, 11-18.
Lo que oyeron llegó a sus corazones: A Jesús, crucificado por ustedes, Dios lo ha nombrado Señor y Mesías. Preguntan qué hacer. Tres acciones: arrepentirse, bautizarse en nombre de Jesucristo y apartarse de la generación malvada.
El pasaje evangélico de hoy es lo que podría decirse una oración pascual. Se han llevado a su Señor y María Magdalena no sabe dónde lo pusieron; entonces escucha: ¿Por qué lloras? ¿Qué te pasa? Desde lo profundo ella va diciendo la causa de su aflicción y su disposición para no rendirse y buscar donde sea al Maestro. Algo así puede pasarnos; Jesús se nos manifiesta y no lo reconocemos en el primer momento. ¿Por qué lloras?, escucha Magdalena nuevamente, hace ofrecimientos
en medio de la confusión diciendo: yo iré a buscarlo. Y finalmente distingue quién la llama. Cuando reconoce a Jesús sucede el envío y ella no se resiste, había encontrado a su Señor y eso bastaba. María Magdalena no es la recadera de Jesús (me dijo que les dijera), es testigo del Resucitado: “He visto al Señor y me ha dicho”. La oración transforma, Jesús nos transforma.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Alicia Margarita Cortés C. HC
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