“Bendito seas por siempre, Señor”
Dn 3, 14-20. 91-92. 95; Dn 3; Jn 8, 31-42.
La escena planteada por el profeta Daniel permite captar un poco el drama que más de cien años después vivió Jesús durante sus encuentros con los judíos en el Templo mientras enseñaba sobre el Reino y su Padre.
Sidrac, Misac y Abed-Nego fueron condenados al horno por rechazar la idolatría; su fe en el verdadero Dios era tan fuerte que enfrentan al rey y a quienes les atan, y entran al gran horno. El acto de fe que declaran es impresionante: Dios puede librarnos del horno; pero, aunque no lo hiciera, no adoraremos la estatua de oro que has levantado.
Estos jóvenes sí conocían a su Dios; ni las amenazas de un rey tambalean su fe. Gran diferencia con los judíos de un siglo después, que creían en Jesús, pero… tenían demasiado afecto a su árbol genealógico, a su raza, a sus raíces; creían, pero trataban de matar a Jesús.
¿Cómo es nuestra fe? Jesús ofrece lo mejor: ser auténticos discípulos suyos, conocer la verdad y ser libres. Durante la Cuaresma buscamos renovar nuestra fidelidad a la palabra de Jesús, fortalecernos y madurar en su seguimiento. Nuestro tiempo es un tiempo privilegiado, escuchemos más la Palabra, busquemos la reconciliación que libera.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Alicia Margarita Cortés C. HC
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