«Cuando llega la guerra, la primera víctima es la verdad»: este dicho se le atribuye al senador estadounidense Hiram Johnson en 1917, en plena Primera Guerra Mundial. Años después, durante la Segunda Guerra Mundial, el británico Winston Churchill dijo que «en tiempos de guerra la verdad es tan preciosa que debería ser protegida de las mentiras por un guardaespaldas». Ha pasado un siglo desde que fueron pronunciadas, y nunca como hoy podemos calibrar las consecuencias que tienen, debido al inmenso avance de las comunicaciones globales y el acceso prácticamente instantáneo a los datos y sucesos en cualquier parte del mundo.
Dichas sentencias nos indican que hay un campo —la información en sí, y el acceso a la misma— que ningún lado beligerante en un conflicto bélico puede obviar, si desea imponer su visión entre su pueblo. Putin lo sabe muy bien y, como ya indicamos la semana pasada, cortó al pueblo ruso la capacidad de conseguir la información de fuentes distintas a las «fuentes oficiales» del Kremlin. De esta manera puede imponer (o, al menos, intentarlo) su punto de vista distorsionado de los porqués y el desarrollo de esta invasión ignominiosa.
La trascendencia de la comunicación en el contexto de la invasión de Ucrania
Evidentemente, los inmensos avances en el campo de las comunicaciones han hecho que la situación actual sea significativamente diferente a aquella de las dos guerras mundiales del siglo XX. Entonces usaban medios que hoy nos parecen arcaicos (palomas mensajeras, telégrafos, mensajeros…), mientras hoy día la información vuela a través de comunicaciones encriptadas a través de la red de satélites que rodean nuestro planeta, y gracias a los teléfonos inteligentes con conexión a Internet. La información que entonces podría tardar días, semanas e incluso meses en propagarse, hoy en apenas segundos llega a cualquier parte del globo. Esto también ha traído consigo problemas, entre ellos:
- las conocidas como fake news, esto es, inundar las redes de informaciones falsas o, cuanto menos, tendenciosas, con el fin de torcer la opinión pública y desvirtuar la verdad; y
- impedir el acceso a la información veraz.
Estas dos cuestiones son vitales para controlar el «relato» de la invasión de Ucrania y de tantos otros conflictos que hoy se libran en el mundo.
Podríamos preguntarnos sobre qué información estamos recibiendo, según donde vivamos:
- En la inmensa mayoría de los países del mundo, Internet sigue siendo un recurso de información libre.
- Hasta donde sabemos, en Ucrania siguen podiendo acceder a cualquier fuente de información, y el gobierno no está filtrando Internet para limitar el acceso. Todo esto, a pesar de los ataques a las antenas de comunicación que han sufrido por parte del ejército ruso.
- Los habitantes de Rusia sufren una intensa censura en sus fuentes de información. El gobierno ruso ha vetado no solo a medios de comunicación, sino también webs y redes sociales mundiales de Internet: el Kremlin intenta ocultar a los 122 millones de usuarios de internet que se calcula que hay en Rusia el hecho de que la guerra no ha salido como estaba previsto. Según el Observatorio Abierto de Interferencias en la Red, Rusia censura las páginas web de diferentes maneras: emitiendo una lista de sitios a los proveedores de Internet para que los bloqueen ellos mismos, o bien restringiendo los servicios «de forma centralizada». Así:
- Las redes sociales Facebook, Instagram y LinkedIn están censuradas.
- TikTok y Twitter tienen restringido el acceso.
- Hace pocos días leímos que también YouTube está en el ojo de mira del Kremlin y muy probablemente será también censurada en breve.
- WhatsApp y Telegram siguen funcionando, al menos por ahora.
- Los grandes portales de noticias internacionales han sido bloqueados en el territorio ruso.
- Los medios de comunicación independientes en idioma ruso (esto es, no-gubernamentales) como, por ejemplo, Current Time TV, o el portal de noticias Meduza, han sido bloqueados.
A efectos prácticos, esto supone que la inmensa mayoría del pueblo ruso solo puede conocer la realidad de la invasión a través de los medios progubernamentales, cuya visión distorsionada es de todos conocida. Los ciudadanos de bien de Rusia se ven muy perjudicados por esta guerra de relatos. Solo una pequeña fracción de los rusos, con conocimientos suficientes para utilizar las denominadas Redes Privadas Virtuales (VPN, en sus siglas en inglés), son capaces de acceder a noticias no acordes con la interpretación del Kremlin.
Podríamos decir, pues, que hay otra guerra —contra la información— que corre paralela a la guerra sobre el terreno, y que también está afectando a millones de personas, esta vez a la población rusa.
Cuando oímos decir que Volodímir Zelenski, el presidente de Ucrania, le ha «ganado la batalla del relato» a Putin es, entre otras cosas, porque Zelenski ha sido capaz de utilizar los medios de comunicación, a veces en situaciones precarias, e informar al mundo entero de los hechos que estaban pasando en su país, acompañando su palabra con imágenes y videos de incontestable crudeza.
No hay nada bueno en la ignorancia. Todos tenemos el deber de buscar la verdad, y ningún gobierno está legitimado para ocultarla ni, mucho menos, para impedir el acceso a la misma a sus gobernados.
Los creyentes, por nuestra parte, tenemos que buscar, defender y proclamar la verdad. Por eso no somos indiferentes ni neutrales, no podemos permanecer callados ni caer en una especie de «fatiga por compasión», aislándonos en nuestras cómodas burbujas e ignorando hechos que —pudiera parecer— no nos afectan directamente. Pero de esto reflexionaremos otro día.
«Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8,32).
Comisión de Comunicaciones de la Familia Vicenciana.
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