Si alguna vez has visto «El violinista en el tejado», quizá recuerdes la oración de Tevye. Dice: «Querido Dios, has hecho a mucha, mucha gente pobre. Me doy cuenta, por supuesto, de que no es una vergüenza ser pobre. Pero tampoco es un gran honor». El Evangelio de Lucas aborda esa cuestión al presentar el «Sermón de la Llanura». Escuchamos cómo los pobres son «bienaventurados».
«Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios» (Lc 6,20). La pobreza no es, en sí misma, una bendición, sino que suele considerarse algo que hay que superar. Al fin y al cabo, Jesús dijo a la gente que diera a los pobres, lo que sería difícil de entender si la pobreza misma fuera una bendición. Sin embargo, la pobreza puede ayudarnos a reconocer nuestra dependencia de Dios. Cuando tenemos abundancia, es demasiado fácil olvidar al Dador de todo. Sí, la pobreza puede poner las necesidades frente a nosotros; puede señalar la virtud de la dependencia. La pobreza voluntaria (podemos decir que la sencillez) es una forma de desprendimiento que nos permite dedicarnos más plenamente a Dios, sin la distracción de demasiadas posesiones. Cuando reconocemos nuestra dependencia de Dios para todo y cuando tratamos nuestras posesiones con cierta indiferencia, como dones divinos, entonces buscamos la ayuda y la gracia del Señor a la manera que Dios quiere.
Algunos relatos evangélicos pueden poner de relieve para nosotros la bendición de los pobres.
Una primera historia es la del óbolo de la viuda. Recordemos cómo Jesús se sienta en el Templo de Jerusalén y ve entrar a una viuda pobre que deposita sus dos monedas en el cesto para la ofrenda. La visión cautiva el corazón de Jesús. Convoca a los discípulos para que sean testigos de su generosidad.
«En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos; porque todos éstos, de su abundancia, han echado la ofrenda para Dios, pero ella, de su pobreza, ha echado todo el sustento que tenía». (Lc 21,3-4)
Así, la generosidad de la viuda pobre refleja su preocupación por el otro, así como su voluntad de confiar en el Señor para sus necesidades permanentes.
Una segunda historia puede llevarnos a considerar la bendición de los pobres: la mujer que había sufrido una hemorragia durante doce años. Leemos que:
Había sufrido mucho en manos de muchos médicos y había gastado todo lo que tenía. Sin embargo, no fue ayudada, sino que empeoró. (Mc 5,26)
Su última esperanza parecía ser un simple toque del manto de Jesús, que podría traer la curación. Su necesidad la llevó a actuar. La mujer, en su pobreza y humildad, no tenía a quien acudir sino al Señor. Hace el esfuerzo, recibe su curación y acepta la bendición que Jesús le ofrece. Su pobreza la llevó a la curación.
Los Evangelios contienen muchas otras historias en las que Jesús responde a las necesidades físicas de la gente. Podemos señalar parábolas (Lázaro y el hombre rico, el juicio final, el buen samaritano) y predicaciones (en la sinagoga de Cafarnaúm, sobre el «joven rico») que centran nuestra atención en los pobres. Algunas reflexiones nos hacen ver todo el impacto de las palabras.
Como miembros de la Familia Vicenciana, conocemos el valor que Vicente y Luisa daban al hecho de ser pobres y de ayudar a los pobres. Vicente nos recuerda que los pobres tienen mucho que enseñarnos. Esa bendición toca tanto el corazón de los pobres como el de cada uno de nosotros.
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