¡Dichoso el hombre que no sigue
el consejo del egoísta
ni se deja dominar por la moda
o las leyes del mercado,
ni gasta su vida en seguir a los líderes
que quieren dominar a los demás
y ser los primeros!

¡Dichoso quien se alegra en el amor del Señor
e intenta hacer su voluntad cada día de su vida!

Su vida es fértil,
como un árbol plantado junto al río,
y sus obras son frutos
que alimentan y dan fuerzas renovadas
a todo aquél que se le acerca.

No es así con los malvados:
puesto que piensan únicamente en sí mismos
sólo dan frutos amargos
y su vida se seca en la soledad
del que se basta a sí mismo.

Mas no vencerán
ni sus intrigas conseguirán agotar la Esperanza:
porque el Señor acompaña al de recto proceder
y le anima en la lucha por un mundo solidario.