Jer 17, 5-8; Sal 1; 1 Cor 15, 12. 16-20; L 6, 17. 20-26.
El Evangelio de hoy llama “dichosos” a los pobres, a aquellos que lloran, a los que tienen hambre y a los que son perseguidos. Y advierte: “pobres de ustedes”, a los ricos, a los que ríen, a los que están saciados o a los que son alabados por todos. ¿De qué habla Jesús? ¿Cómo entenderlo?
Estas afirmaciones dejan muchas preguntas. Y tal vez lo importante no es entenderlo todo, sino abrir los ojos a la realidad que estamos viviendo. Basta mirar el mundo para darnos cuenta que el concepto de felicidad de Jesús choca con esa forma de entender y justificar la felicidad.
Con acierto dice el Papa Francisco que estamos viviendo en una sociedad enferma “porque busca construirse de espaldas al dolor, que nos hace más cercanos, pero no más hermanos”. Sus síntomas: La indiferencia cómoda y globalizada que nos encierra en nuestros mundos pequeños. Un modelo económico basado en las ganancias, el miedo al otro, el individualismo o la incomunicación. El modelo de la felicidad que buscamos es la de Jesús, el buen samaritano. Un amor basado en la atención al débil, el cuidado del enfermo, la cercanía al otro, la escucha y diálogo, la pacífica resolución de conflictos, la unidad ante los problemas que enfrentamos, la salida de nosotros mismos al encuentro del hermano…
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Aarón Gutiérrez Nava C.M.
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