1 Re 10, 1-10; Sal 36; Mc 7, 14-23.
La reflexión de los dos días anteriores nos está llevando a un plano de oración liberadora: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, un espíritu firme pon en mí» (Sal 51,12). Se trata de “escuchar a Jesús”, de “esforzarse por entenderlo”. Hoy nos dice que lo que hacemos en el exterior tiene su sede en el interior, “pues del corazón del hombre salen las malas intenciones: inmoralidad sexual, robos, asesinatos, codicia, maldad, envidia, orgullo… Todo esto sale de dentro y hace impuro al hombre”.
Hemos de pedir a Dios que nos libere de todo lo malo que guardamos en el corazón. Alguna vez haremos algo malo por equivocación; lo difícil es reconocer que mucho de lo que hacemos mal tiene su origen en intenciones grabadas en el corazón. Hablamos de intenciones que no son amor, sino todo lo contrario.
La limpieza de corazón es una bienaventuranza (Mt 5,8). Limpieza es verdad, transparencia de sentimientos y de afectos. Al que ama a Dios no le importa “hacer buenas obras”, pues sabe que éstas brotan espontáneamente de quien ama. No busca ganarse el cielo, ya que sabe con toda sencillez que su mayor bien está en servir y agradar a Dios. Esto que parece tan sencillo, le costó trabajo entenderlo a los mismos discípulos de Jesús. Pidamos a Dios que nosotros sí lo entendamos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Aarón Gutiérrez Nava C.M.
0 comentarios