Jesús es Buena Noticia para los pobres. Ser esa noticia es su programa como el Ungido con el Espíritu Santo y el Enviado del Padre.
Fiel a lo que, al bautizarse, le dijo la voz del cielo, el Hijo hace suyo el programa del Siervo. El programa de éste se nos concretó hace dos domingos como el de implantar de modo suave y firme la justicia en la tierra.
Y hoy se nos cita, en el evangelio de Lucas, el programa del Siervo, como éste lo toma. Es Jesús el que lo halla y lee (Is 61, 1-2). Y se describe con todo detalle su intervención en la sinagoga de Nazaret. No cabe duda de que los detalles resaltan lo muy importante que es el programa que Jesús hace suyo.
De hecho, todos tienen los ojos fijos en él. Y con razón están en expectación; él ha adquirido fama en Galilea y la gente ha hecho lenguas de él. ¿Es digno de tal fama, tal alabanza? Pero puede ser también que los presentes se pregunten sobre la omisión de «desquite» en la lectura del texto.
Quizá se ven no del todo diferentes de los que a quienes se dirigía Isaías. Ni de los que formaban parte de la asamblea en la que presidía Esdras. Es que como aquellos que conocían las penas del exilio en Babilonia, gimen también bajo el pesado yugo de Roma. ¿Acaso no se molestan por no incluir Jesús la venganza?
Pero al comentar él al texto, dice con sencillez: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír». Nada más y nada menos. Y así, nos da a conocer él, sí, su programa. Da a entender a la vez que no hay nada de venganza en él. Y, por lo tanto, ella no forma parte de su programa.
El programa de optar por el bien de los pobres, sin mirar a quién, sin excluir ni a los enemigos
Jesucristo es la opción por los pobres, los cautivos, los ciegos, los oprimidos, y la solidaridad con los en las afueras, en carne. Y la sola razón por la que se elige a ellos es que son pobres, cautivos, ciegos, oprimidos, marginados. Pues reinar Dios no puede sino querer decir erradicar todo lo que va en contra de ser él el Padre que busca el bien de todos sus hijos e hijas. De ahí que nos toque a los cristianos, a los que llevamos el nombre de Cristo, el Mesías o Ungido, ir a los pobres.
Ir a los pobres es encontrar a Dios (SV.ES IX:240. 297). Y al «primer pobre, el más pobre entre los pobres» (SV.ES XI:725).
Es descubrir también que dependemos de Dios del todo, que no hay nadie que pueda ser más pobre que nosotros. Y sí, no rara vez, son los no amables los que nos hacen reconocer que somos débiles y pecaminosos. Así que, como no se cansa de repetirlo el Papa Francisco, «los pobres son verdaderos evangelizadores». Ellos nos ayudan a permanecer sencillos, humildes y abiertos a lo que nos espera fuera y en el futuro (SV.ES XI:397). Es por eso que no dejaremos de preguntar humildes: «Señor, si tú estuvieras en mi lugar, ¿qué harías?» (SV.ES XI:240).
Señor Jesús, ante el Padre nos admitimos débiles (SV.ES:332-333). Y le pedimos por tus méritos que él nos dé la gracia de ser fiel a tu programa por fuerza de tu Espíritu. Haznos vivir de tu palabra y de tu carne y sangre. Pues si así no nos alimentamos ni alimentamos a los demás, pereceremos.
23 Enero 2022
3º Domingo de T. O. (C)
Neh 8, 2-4a. 5-6. 8-10; 1 Cor 12, 12-30; Lc 1, 1-4; 4, 14-21
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