Escuchando el doble de campanas

Doblan las campanas en la Iglesia del pueblo,
sonido, clamor, grito a muerte y dolor,
y no estamos acompañando a los dolientes.
En el portal del camposanto reciben los ataúdes,
no hay despedidas, sólo gemidos en silencio.

Los rezos claman que se han ido al cielo,
son muchas las almas que tomaron ese vuelo.
Es el segundo año bajo funesta pandemia,
se van los conocidos, amigos y hermanos.

Médicos, enfermeras, operarios de limpieza,
psicólogos, abogados, trabajadores sociales y jueces,
policías, profesores, comerciantes; todos vulnerables,
sin excepción por edad, género, condición social.

Asombro, impotencia, dolor y desolación por doquier,
se nos cambió la vida y la labor de la noche a la mañana.
La relación humana y fraterna se nos volvió una amenaza,
ya no nos acercamos, ni nos tocamos y no nos vemos la cara.

Tristeza y consternación para unos y para otros, indiferencia,
vestidos de celuloide, con olor a alcohol y separación sanitaria,
jabón en las manos, marcas en el rostro y culpa en el corazón,
no sabemos qué hacer, deambulamos como zombis.

Rezando el responso del funeral nos hemos quedado,
no podemos dar el abrazo de pesar ni estrechar las manos,
son caravanas de cadáveres haciendo turno para entrar,
y los más pobres convertidos en antorchas en las calles de la ciudad.

Los noticieros nos ofrecen las escenas más crueles de Ecuador,
nuestros hermanos migrantes sin atención en el país del norte,
enfermos hacinados en hospitales prefabricados para la emergencia,
dolor en la Italia, Brasil, México, Colombia, Centro América y la India.

Pasamos del blanco al negro, es el luto el nuevo color,
nos faltan las fuerzas, es la agonía lenta, el desgaste callado,
el oído ya no quiere escuchar la sirena y el noticiero alarmante,
los gobiernos ineptos, como siempre, han fracasado en sus intentos.

Cunde la zozobra, el temor, la enfermedad y la muerte,
la convivencia, el confinamiento como en tiempo del holocausto,
los hospitales guetos de hacinamiento y las casas como cárceles,
el toque de queda en las calles nos hablan de una nueva guerra.

Pero nunca faltas los escépticos, los indiferentes y los cínicos,
dicen que es un invento de los gestores del nuevo orden mundial,
que no se obedezcan los protocolos sanitarios, el virus no existe,
que no se use la mascarilla ni el distanciamiento social, todo es mentira.

Y están también los que siempre acuden al mecanismo de negación,
no pasa nada, todo es puro lavado de cerebro, nos engañan,
la enfermedad es una ficción, la vacuna es un demonio, un chip,
nadie se muere antes de la hora, sigamos con la diversión.

De todo se escucha por la desinformación, todo es una oscura sombra,
estamos carentes de luz, nos gana la fuerza de la fatal penumbra.
Cada quien entiende y difunde lo que quiere y le conviene, un caos,
reina la confusión, la desorientación y todo ese vaivén que intoxica.

Ya teníamos otras pandemias que casi nadie advertía presentes,
fuimos indiferentes a la pobreza, el hambre, la migración forzada.
No atendimos al grito de los ancianos confinados a la soledad y olvido,
pusimos en las manos de nuestros niños los móviles como si fuera pan.

Imperaba la injusticia y la desigualdad a todo nivel y descontrol,
mujeres, niños y adolescentes ofrecidos como mercancía en las redes,
venta de órganos al mejor postor, sin escrúpulos de conciencia ni dolor,
falta de trabajo, ración, techo y dignidad para los hijos de esta tierra.

Guerras absurdas por competencia de armas y poder irracional,
la economía es la reina que todo lo guía, decide y domina contra la vida,
el mercado, el nuevo templo que idolatra al dios dinero que sirve a la codicia,
el entretenimiento que mantiene alienados a los vacíos de sentido humano.

Sor Floridalia Noguera.
Hija de la Caridad. Guatemala.