Jesús es la mejor y la más plena de las manifestaciones de Dios a los hombres. Basta verle y conocerle para para ver y conocer a Dios.
La palabra «epifanía» viene del griego y quiere decir «manifestación», «revelación», «aparición». Y hay manifestaciones y manifestaciones. Eran manifestaciones de Dios, por supuesto, las distintas veces en las que habló él de muchas maneras a los profetas. Pero «ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo …, reflejo de su gloria, impronta de su ser».
Así que Jesús es la manifestación singular y definitiva de Dios, la más plena de todas sus manifestaciones. Y esa revelación no es solo para los judíos, sino para todos. Pues «también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo».
Y esto nos lo recuerda la fiesta solemne de la Epifanía del Señor, su manifestación a los magos. Se les toma por reyes. Pero no dice el relato que son reyes ni cuántos son, aunque hay tres regalos. Y vienen, sí, del Oriente. Esto no solo destaca que quiere Dios que todos se salven y conozcan la verdad (1 Tim 2, 4). También se nos reitera que él le hace a su Hijo luz de las naciones (Is 49, 6). Para que la salvación llegue hasta los confines de la tierra.
Pero se nos pide a la vez a los cristianos a que seamos al igual que los magos. Y no al igual que Herodes o los sumos pontifices y los letrados. Pues los magos humildes, —preguntan ellos—, leen con acierto «los signos de los tiempos» (véase GS 4).
A Herodes, en cambio, no le interesan signos de Dios. Es que todo él es tener el poder, por las buenas o por las malas. Los oficiales y los sabios de la religión, a su vez, conocen los signos. Pero no hacen nada para buscar el Significado de los signos.
Manifestaciones del amor de Dios
Buscar al que al cual apuntan las señales es buscar la mejor, la mayor, de las manifestaciones del amor de Dios. Sí, tanto nos ama Dios que entrega su único Hijo para que no perezcamos, sino que tengamos vida eterna. Y la prueba de que Dios nos ama es que Cristo muere por nosotros, los pecadores. En otras palabras, Cristo da la vida por nosotros y así nos da a conocer el amor más grande.
No, el amor no consiste en que amemos a Dios. Consiste más bien en que él nos ama y envía a su Hijo como sacrificio por nuestros pecados. Conocer, sí, al que da la vida por nosotros, es conocer también a Dios.
Pero, ¿no se nos pondrá en duda nuestro conocimiento de Dios, de Jesús, si no amamos? De hecho, bien claro se nos enseña también que los que no aman no conocen a Dios; él es amor. Se nos dice además que obras son amores y no buenas razones (1 Jn 3, 17-18).
De verdad, hemos de amar a costa de nuestros brazos y con el sudor de nuestra frente (SV.ES XI:733). Y de modo infinitamente inventivo que nos disponga a entregar, al igual que Jesús, el cuerpo y derramar la sangre (SV.ES XI:65).
Señor Jesús, haz que nuestras obras de amor sean manifestaciones de tu amor. Así contribuiremos a que se note en el mundo que eres tú la aparición plena de Dios a los hombres.
2 Enero 2022
Epifanía del Señor
Is 60, 1-6; Ef 3, 2-3a. 5-6; Mt 2, 1-12
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