Hace más de seis años, el papa Francisco sorprendió al mundo con una encíclica en la que recordaba que la Tierra, «nuestra casa común, es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia» (nº 1). Desde hace tiempo somos conscientes de que la acción del hombre ha empeorado graVemente el delicado equilibrio ecológico que nos mantiene vivos, y que hay que tomar decisiones rápidas para no llegar al punto de que incluso nuestra supervivencia como especie pueda verse amenazada.
El desperdicio de alimentos tiene mucho que ver con esto. En marzo de 2021, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) publicó su Índice de Desperdicio de Alimentos 2021, en el que se constata que el 17% de los alimentos disponibles para el consumidor acaba en los cubos de basura. Esto supone unos 931 millones de toneladas de alimentos que son desperdiciados por los hogares, los minoristas, los restaurantes y otros servicios alimentarios. El informe también indica que el desperdicio no parece depender del nivel económico de los países, pues en casi todos los países que han medido el desperdicio de alimentos, este era considerable, independientemente del nivel de ingresos. A nivel global per cápita, cada año se desperdician 121 kilogramos de alimentos a nivel del consumidor, de los cuales 74 kilogramos se producen en los hogares.
Sabemos que se desperdicia aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen, y «el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre» (Laudato si’, nº 50).
El desperdicio de alimentos tiene importantes repercusiones medioambientales, sociales y económicas. Por ejemplo, en un momento en el que la acción climática sigue estando rezagada, entre el 8% y el 10% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero están asociadas a los alimentos que no se consumen, si se tienen en cuenta las pérdidas antes del nivel de consumo: «Durante mucho tiempo se asumió que el desperdicio de alimentos en el hogar era un problema importante sólo en los países desarrollados —dijo Marcus Gover, director general de la organización británica sobre residuos WRAP—. Con la publicación del informe del Índice de Desperdicio de Alimentos, vemos que las cosas no están tan claras».
«Reducir el desperdicio de alimentos reduciría las emisiones de gases de efecto invernadero, frenaría la destrucción de la naturaleza por la conversión de tierras y la contaminación, aumentaría la disponibilidad de alimentos y, por tanto, reduciría el hambre y ahorraría dinero en un momento de recesión mundial —dijo Inger Andersen, Directora Ejecutiva del PNUMA—. Si queremos tomarnos en serio la lucha contra el cambio climático, la pérdida de la naturaleza y la biodiversidad, y la contaminación y los residuos, las empresas, los gobiernos y los ciudadanos de todo el mundo tienen que poner de su parte para reducir el desperdicio de alimentos».
«El impacto ambiental es enorme. Para darte una idea de la escala de esto, si el desperdicio de alimentos fuera un país, sería el tercer mayor emisor del planeta, solo detrás de China y Estados Unidos», dice Richard Swannell, director internacional de WRAP.
La meta 3 del objetivo 12 de los Objetivos de desarrollo sostenible (aprobados en 2015) propone «De aquí a 2030, reducir a la mitad el desperdicio de alimentos per capita mundial en la venta al por menor y a nivel de los consumidores y reducir las pérdidas de alimentos en las cadenas de producción y suministro, incluidas las pérdidas posteriores a la cosecha». Marcus Gover ha dicho que «con solo 9 años por delante, no alcanzaremos la meta 3 del ODS 12 si no aumentamos significativamente la inversión en la lucha contra el desperdicio de alimentos en el hogar a nivel mundial. Esto debe ser una prioridad para los gobiernos, las organizaciones internacionales, las empresas y las fundaciones filantrópicas».
Ya en 2013, el papa Francisco nos avisaba que «esta cultura del descarte nos ha hecho insensibles también al derroche y al desperdicio de alimentos, cosa aún más deplorable cuando en cualquier lugar del mundo, lamentablemente, muchas personas y familias sufren hambre y malnutrición. En otro tiempo nuestros abuelos cuidaban mucho que no se tirara nada de comida sobrante. El consumismo nos ha inducido a acostumbrarnos a lo superfluo y al desperdicio cotidiano de alimento, al cual a veces ya no somos capaces de dar el justo valor, que va más allá de los meros parámetros económicos. ¡Pero recordemos bien que el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre, de quien tiene hambre! Invito a todos a reflexionar sobre el problema de la pérdida y del desperdicio del alimento a fin de identificar vías y modos que, afrontando seriamente tal problemática, sean vehículo de solidaridad y de compartición con los más necesitados» (audiencia general del 5 de junio de 2013).
Para nuestra reflexión:
- ¿Alguna vez te has detenido a analizar cuáles son las consecuencias de desperdiciar alimentos?
- ¿Tenemos alguna directriz respecto a minimizar el desperdicio de alimentos en nuestra comunidad religiosa, familia, congregación o asociación?
- ¿Qué podemos hacer, a nivel de Familia Vicenciana, para promover la reducción del desperdicio alimentario?
Javier F. Chento
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