Hay que admitir que sínodo, sinodalidad, camino sinodal son palabras que, de entrada, llaman a la reflexión sobre el lenguaje que utiliza la Iglesia. A pesar de la belleza de saber que se trata de «un viaje que se realiza juntos», me gustaría preguntar qué tipo de viaje se puede hacer si muchos de los que quieren peregrinar en este diálogo, en esta asamblea plenaria de fronteras borrosas, ciertamente no saben cómo hacerlo…
Faltan poco más de 15 días para que nuestro papa Francisco celebre su 85 cumpleaños, una edad en la que muchos reclaman ya descanso y una vida más tranquila. Sin embargo, este hombre que tenemos al frente de la Iglesia católica no deja de trabajar, con perspicacia y tenacidad, por lo que considera la verdadera iglesia fundada por Jesús.
De hecho, no faltaron las voces apocalípticas que pronosticaban su dimisión en el momento de la operación a la que se sometió hace más o menos un mes. Consciente de ello, el papa llegó a bromear con los obispos y cardenales que ya habían dibujado, en los pasillos oscuros vaticanos, la maquinaria de un nuevo cónclave. Sin embargo, este hombre no parece flaquear y no está dispuesto a aceptar lo que muchos ya habían anunciado como el ocaso de su pontificado.
Muy al contrario, consciente de que la Iglesia necesita un nuevo amanecer, el papa ha venido a convocar, para toda la Iglesia católica apostólica y romana, como si se tratara de refrescar el atrio de los gentiles, o de retroceder, como en el Ágora de Homero de la antigua Grecia, decretando por etapas (diocesana, continental y finalmente universal), lo que podría ser el mayor pleno del siglo XXI: el Sínodo de los Obispos.
Se trata de convocar al mundo entero a un hemiciclo de debate y escucha, una asamblea en la que todos tendrán voz, basada en lo que es el énfasis principal: la metodología del diálogo. Se trata, en cierto modo, de situar a los fieles, es decir, los bautizados, a las parroquias y a las instituciones en una red de relaciones en la que la escucha es una llave que abre las puertas del camino que debemos recorrer en armonía, aunque estemos en desacuerdo diametral con el hermano que se sienta a nuestro lado. A pesar de ello, manteniéndonos en sintonía. Es decir, es la mayor consulta pública de la historia milenaria de esta institución, extendida a todos los hermanos y hermanas, creyentes y no creyentes, de aquí y de fuera, pero no se debe confundir con un parlamento, pues, como nos enseña el cardenal Kasper, las decisiones no se toman por mayoría de votos, ni se apela a sondeos y encuestas, ni hay las frecuentes y dispersas estadísticas.
Con la legitimidad que le confiere el mandato misionero recibido por Pedro de manos de Jesús y transmitido luego de generación en generación, Francisco viene ahora a extender su escucha a todos los hombres de buena voluntad. Jesucristo, a través del papa Francisco, nos abraza a cada uno de nosotros y nos pregunta a ti y a mí: «¿Cómo sientes a mi/nuestra Iglesia? ¿Crees que respira salud? ¿Cómo podemos cuidarla mejor?» Es a ti a quien Jesús se dirige ahora con esta pregunta, como una vez interrogó a los discípulos, tantas veces inconscientes, por ignorancia, de la misión que Dios tenía para ellos.
Cierto es que si preguntamos al final de una misa dominical si los fieles son conscientes de que el Sínodo ya se está celebrando, la mayoría nos dirá que son conscientes de tan magna hazaña, se alegrarán de la actuación del papa Francisco porque, no nos quepa duda, fuera de los círculos católicos llamados «más conservadores», la opinión de que el papa es un ser muy querido por todos es casi generalizada. Sin embargo, si preguntamos a uno de estos católicos, recién salido de la Eucaristía, si sabe lo que es o si ha leído el vademécum, nos responderá: «¿Vade… qué?» y, con suerte, nos dirá: «¡Tengo prisa, lo siento!» para no responder a lo que verdaderamente tiene en el alma: «Ve… a interrogar a otro».
Si, por mera curiosidad sobre lo que sabemos que es obvio, extendemos la pregunta al forofo del fútbol, quizás a la salida de un estadio de fútbol: «¿Sabe que estamos en el sínodo?», tenemos, seguro, múltiples rostros severos pensando: «¡Esta gente, ahora viene hasta a mendigar para las instituciones!». Convengamos, sínodo, sinodalidad, camino sinodal, son palabras que, de entrada, exigen una reflexión sobre el lenguaje que utiliza la Iglesia. A pesar de la belleza de saber que se trata de «un viaje hecho juntos», me gustaría preguntar qué tipo de viaje se puede hacer si tantos de los que quieren participar en este diálogo, en esta asamblea plenaria de fronteras borrosas, no saben ciertamente cómo pueden hacerlo, en qué plazo, el alcance de lo que se puede compartir, por no extenderse en el posible desánimo de prever posibles resultados inocuos de antemano.
Los temas que surgen una y otra vez: desde los más controvertidos, como el celibato de los sacerdotes, la ordenación de las mujeres (o la mayor participación de estas en la toma de decisiones), hasta los más acogedores para los colectivos aún marginados por el catolicismo más tradicional —desde los homosexuales hasta los divorciados en segunda unión—, será bueno no descuidar temas como el proceso de nombramiento del episcopado, el exceso de clericalismo estéril e incluso el alejamiento de los jóvenes del camino de la formación cristiana (por supuesto, con las excepciones conocidas).
¡Este es el momento! El momento privilegiado para la reflexión, la opinión y el debate. Es el momento de la escucha, del silencio y del discernimiento. Este es el momento de la Iglesia que queremos (re)construir. Pongamos manos a la obra, para que el tiempo no se agote dejando pasar esta oportunidad. En el futuro se nos pedirán cuentas y no nos encontraremos, en esta ocasión, con el viejo adagio jurídico: venire contra factum proprium [nadie está autorizado a ir contra el propio acto], señalando con el dedo la ineficacia del resultado, sin haber hecho nada para que fuera diferente.
Maria Suzana Ferreira
Fuente: https://www.padresvicentinos.net/
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