Vivimos en múltiples mundos: el de la familia, el del trabajo y el de las vacaciones. Una parte —a menudo inquietante— de esta doble y triple ciudadanía es la tensión de verse arrastrado en varias direcciones. ¿A cuál de los mundos hay que prestar más atención, o incluso elegir entre ellos?
Este tipo de deliberaciones consumen no poca energía, y al final tienen que encontrar algún tipo de coherencia si no queremos que nos separen. Están las demandas individuales, pero sobre todo las prioridades entre ellas.
Más que ninguna otra, la fiesta de Cristo Rey nos sumerge en este dilema de negociación de mundos. Subraya la tensión entre el mundo tal y como lo ve Jesús, y el otro «Reino» visto, por ejemplo, a través de los ojos de un Poncio Pilato (Juan 18).
Una solución rápida sería rechazar uno y elegir el otro. Pero como los diferentes mundos se entrelazan tan estrechamente en la existencia cotidiana, el reto de hacerlo es desalentador. ¿Cómo moverse entre ellos con un pie plantado más firmemente en uno que en otro? Cuando entran directamente en conflicto, ¿a cuál seguir?
La fiesta de Cristo Rey pone de relieve esas decisiones. Nos hace sopesar nuestras opciones a favor del mundo de Dios, el mundo alineado con los valores del Señor Jesús, el que se ajusta a la realidad tal como se ve a través de sus ojos y se siente con su corazón. Y de ahí esa breve regla de oro para los creyentes cristianos: «¿Qué haría Jesús?».
¿Qué haría él ante situaciones en las que la vida de los seres humanos se tratara como una mercancía, en las que los cálculos finales sobre lo que importa se hicieran únicamente sobre la base del coste-beneficio, de los dólares y los céntimos?
¿Qué haría el Señor con una mentalidad que valora la riqueza y la influencia política por encima de todo lo demás, un mundo en el que los que «no importan realmente» (los discapacitados, los segregados racialmente, los ancianos) son dejados de lado?
¿Qué haría si se viera obligado a elegir entre ser sincero o ocultar la verdad por razones de interés personal?
¿Qué haría si se encontrara con insensibilidad ante los sufrimientos que se derivan más de las disposiciones estructurales injustas de una sociedad que de una culpa personal?
Preguntas como éstas son las que se nos plantean a todos en la fiesta de Cristo Rey —o quizás más reconocible, la fiesta de Cristo el que fija las normas, Jesús la brújula de los valores, el Señor como la conciencia de lo que cuenta más y lo que cuenta menos.
Sería un error considerar el mundo de Dios como un pueblo de montaña apartado o una comunidad cerrada. El dominio de Cristo Rey se mezcla con el mundo de todos los días, reforzando sus movimientos generosos y veraces, y desafiando lo que podría apagarlos.
Como seguidores de Jesús, nuestro Guía y Rey, estamos llamados a hacer lo que podamos para traer la luz de su mundo al nuestro, a esforzarnos para que brille no sólo en nuestras vidas individuales, sino para que impregne toda la sociedad y la cultura.
Como aconseja Vicente, «Celo por difundir el Reino de Dios y celo por procurar la salvación de nuestro prójimo. ¿Hay algo más perfecto en el mundo?».
Seguiríamos al Señor por el camino de su Padre, el que lleva a ese mundo de paz y justicia donde, como insistimos los vicentinos, se cuidaría y respetaría especialmente a los pobres.
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