Jesús se ha hecho pobre para enriquecernos por su pobreza. No elige sino a los pobres de las afueras para ser testigos suyos.
Viene la palabra de Dios a Juan en el desierto, en las afueras. Es decir, el hijo de Isabel y Zacarías es profeta del Altísimo. Como los llamados por Dios antes para hablar por él (Is 38, 4; Jer 1, 4; Ez 1, 3).
«Desierto», «afueras», nos recuerda también que los hombres miramos las apariencias, pero Dios mira el corazón (1 Sam 16, 7). Y sus caminos no son nuestros caminos (Is 55, 8). Es por eso que elige él lo que el mundo tiene por necio, débil, despreciable (1 Cor 1, 26-31).
No, no escoge Dios a los que viven en los palacios y alardean de poder, riqueza y lujo. Ni a los sumos sacerdotes que coordinan el culto, y también el comercio, en el templo de Jerusalén. Le complace más a Dios el humilde que respeta sus palabras que el templo con sus cultos (Is 66, 1-2).
Así pues, el pobre que está en las afueras es profeta de Dios, y más que profeta. Pues es precursor también de Jesús el que se viste y se alimenta de lo que le aporta su alrededor. El que se nos muestra un paso, aunque sea pequeño, hacia la conversión. Hacia la renuncia al modo de ser y vivir de los autosuficientes que no tienen entrañas (Lc 12, 16-21; 16, 19-31).
Rechaza Dios, sí, a los que creen que se bastan a sí mismos. Si él los eligiese a esos amoldados a este mundo, presumirían de los éxitos como si fueran suyos.
Lo que hay en las afueras
No pueden ser sino pobres, pues, los llamados a hablar por Dios y a seguir a Jesús. Ésos se quedan en las afueras. Es por eso que no se manchan con la codicia del mundo. Ni con la obsesión por tener riqueza y poder.
Tampoco siguen el ejemplo de los que oprimen a los pobres y débiles (Sab 2, 10). Se ayudan más bien los unos a los otros. Y socorren, más que a nadie, a los más pobres, a los huérfanos y a las viudas. Así pues, practican los pobres de Dios la religión pura, verdadera (Stg 2, 27; SV.ES XI:120, 462).
En las afueras, en el desierto, hay también soledad, aridez y pruebas. Peligros de muerte a causa de hambre y sed, de fieras y serpientes venenosas, del demonio de la noche.
Pero los pobres de Yahveh no se paralizan debido al espanto, la desesperación. Es que ellos, y los colaboradores también en la obra de la Buena Nueva, se apoyan en él. Y le escuchan. No pueden, pues, sino alegrarse en el que es siempre fiel. Él hace justicia a los oprimidos y cuida a los pobres (Sal 146).
En las afueras, sí, se ora y se le encuentra a Dios. Y se reflexiona: «¿Quién querrá ser rico después de que el Hijo de Dios quiso ser pobre?» (SV.ES IX:813). Allí también se hace más fuerte y estrecho el lazo de amor. Y se lee y relee el Evangelio, y por él se apasiona uno.
Además, los hambrientos en las afueras se sacian de panes y peces. Lo que es signo del alimento que da vida eterna.
Señor Jesús, llévanos a las afueras. Y concede que nos arrepintamos y nos llamemos «Paz en la justicia y Gloria en la piedad». Haz lo que te pide por nosotros tu Purísima Madre.
5 Diciembre 2021
Domingo 2º de Adviento (C)
Bar 5, 1-9; Fil 1, 4-6. 8-11; Lc 3, 1-6
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