Desde un punto de vista vicenciano: Un hombre agradecido

por | Nov 25, 2021 | Formación, Patrick J. Griffin, Reflexiones | 0 Comentarios

En este año dedicado a San José, he escrito en diversas ocasiones sobre el modo en que los salmos pueden expresar el pensamiento y la oración de la Sagrada Familia. Me parece que estas oraciones de Israel ponen palabras y sentimientos en el corazón de san José, al mismo tiempo que llegan a sus labios. El resultado no es crear devociones para él, sino reconocer las que sin duda formaron parte de su vida. Se vuelve menos silencioso y misterioso para nosotros.

Mientras celebramos nuestra fiesta particularmente americana de Acción de Gracias, podemos considerar la forma en que José podría expresar este valor a través de los antiguos salmos de su pueblo. Encuentro poco que describa a José como un hombre agradecido. Sin embargo, ¿cómo podría ser de otra manera? El Salmo 100 puede servir como vehículo que exprese algo de este sentimiento para él.

La superinscripción del Salmo 100 —es decir, la línea que introduce el Salmo en el Salterio— lo describe como «Un canto de acción de gracias».  Cuando lo rezamos con esa orientación en mente, resalta su atracción hacia la gratitud. Podemos escuchar estas palabras que expresan la devoción de José.

¡Aclamad a Yahveh, toda la tierra,
servid a Yahveh con alegría,
llegaos ante él entre gritos de júbilo!
(vv. 1-2)

El salmo comienza con una triple exhortación a la alegría.  Cuando uno se presenta ante el Señor y reconoce sus bendiciones, cómo no va a estar lleno de un espíritu de felicidad. Podemos imaginar la alegría que llena el corazón de José al reconocer su buena fortuna en tantos aspectos, pero especialmente en su familia. María y Jesús eran los amores de su vida y un regalo especial de Dios. Sólo podía desbordar de alegría.

La oración fundamental de Israel es el Shema: «Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, sólo el Señor» (Dt 6,4).  El Salmo continúa con una confesión que recoge esta afirmación fundacional de la creencia de José:

Sabed que Yahveh es Dios,
él nos ha hecho y suyos somos,
su pueblo y el rebaño de su pasto
(v. 3)

El salmo reconoce la unicidad de Dios y la consagración de un pueblo. José condujo a la Sagrada Familia en la adoración del Santo de Israel, que era el único que atraía su atención de corazón. Con una alabanza agradecida, José pudo extraer de este salmo esa respuesta enérgica de obediencia y sumisión al Dios que crea y sostiene a su pueblo.

El siguiente versículo recoge esta actitud de la oración:

¡Entrad en sus pórticos con acciones de gracias,
con alabanzas en sus atrios,
dadle gracias, bendecid su nombre!
  (v. 4)

El Evangelio de Lucas nos habla de una práctica habitual de la familia de Jesús:  «Cada año sus padres iban a Jerusalén para la fiesta de la Pascua» (Lc 2,41). Podemos imaginarnos a los tres atravesando literalmente las puertas de Jerusalén y entrando en los atrios del Templo. La acción de gracias y la alabanza llenarían sus bocas al reconocer los dones y la bondad de Dios. El Salmo afirma esa verdad y su constancia en su siguiente y último verso:

Porque es bueno Yahveh,
para siempre su amor,
por todas las edades su lealtad
(v. 5)

Podemos imaginar a José abrumado por la conciencia de esa bondad y deseoso de pronunciar palabras de aclamación a su Dios fiel y amoroso.

El Salmo 100 nos ofrece la oportunidad de visualizar a José como un hombre agradecido y como alguien que encuentra en su oración la expresión de esa virtud. Nos ofrece un modelo y un estímulo. Nosotros también podemos empezar nuestras palabras de alabanza y gratitud con este salmo. Puede abrir nuestros corazones a la comprensión y la reflexión sobre lo bendecidos que somos en la familia, la fe y la ventura.

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