Jesús es el Rey que ha suscitado Dios. Su reino, por lo tanto, no es de este mundo de mentiras. Y espera que sus discípulos sean, al igual que él, reales testigos de la verdad.
Ante Pilato, se dice Rey Jesús. Pero aclara que su reino no es de este mundo. No es uno más de los reinos que se hallan en el mundo. Pues los jefes reales de los pueblos los tiranizan y oprimen, y mienten, para aferrarse al poder. Esos grandes tienen bajo su mando guardias que luchen, maten y mueran por ellos.
Sí, les importa más a las reales autoridades del mundo el poder que el bien común. Anteponen sus intereses a los lazos de parentezco y amistad. Es por eso que no tienen amigos ni enemigos permanentes, tan solo intereses. Los nobles o reales solo usan a los demás; mejor dicho, se abusan de ellos. Pues toman a sí mismos, sus ambiciones de asientos de lucro y honor, por la sola verdad que hay.
Pero Dios es la verdad que está por encima de todas. Es que él solo es, en absoluto, firme, sólido, fiable. Ante él, los nobles son apariencia (Sal 62, 10). Puestos en la balanza con los demás, pesan menos que un soplo.
Y de ese Dios viene el reino del que se ha entregado en manos de un pagano. Es el mismo reino que pedimos que venga a los que estamos en el mundo. Así que si bien no es de aquí, el reino empero ha de estar aquí.
Testigos de las verdades reales
Aquí ha de estar el reino del cielo, sí, para que se haga la voluntad del Padre acá como allá. Para que reine su verdad.
Y testigo de esa verdad se declara Jesús. Por ser de los reales de Roma, se arroga Pilato el derecho de vida y muerte sobre Jesús. Pero el acusado le dice la verdad de que hay autoridad solo por disposición de Dios. Y éste puede hacer que la culpa se vuelva feliz.
Pero la primera de las verdades reales de las que es testigo Jesús es ésta: Dios es Padre de todos. Somos todos, por lo tanto, hermanos y hermanas. Y, claro, se preocupa nuestro buen Padre de los más pequeños y necesitados de sus hijos. Es que no quiere a nadie desamparado, sentado al borde del camino. Busca para todos un reino justo, humano, no empecatado.
Por lo tanto, nos hemos de tratar los unos a los otros con justicia y amor. No desmentiremos que Dios es nuestro Padre y somos hermanos todos. Y esto lo haremos si, por creernos más guardianes que testigos de la verdad, nos hacemos autoritarios, dogmáticos.
Nos toca, más bien, ser perfectos y compasivos como nuestro Padre. También seremos como Jesús, la verdad de Dios hecha carne. En la cruz, denuncia él la falta de justicia y de amor en los reinos del mundo. Y revela él a la vez el modo de vivir y morir para que reine aquí la verdad. Pero si no captamos de qué carne o cuerpo se trata (1 Cor 11, 29), no seremos de la verdad, ni testigos de ella. Ni la escucharemos. Tampoco nos enteraremos del mejor modo de asegurar nuestra salvación (SV.ES III:359), y nos condenaremos además a nosotros mismos.
Señor Jesús, haz que anunciemos tu reino y seamos, aunque pequeños, reales testigos de la verdad al igual que tú. Y al igual que tu Madre, a la que recurrimos también.
21 Noviembre 2021
34º Domingo de T.O. (B) – Jesucristo Rey del Universo
Dn 7, 13-14; Apoc 1, 5-8; Jn 18, 33b-37
0 comentarios