Jesús enseña de palabra y de obra que no se puede servir a Dios y al dinero. Dejarnos obsesionar, pues, por ganar dinero es rechazar su enseñanza.
Se parece obsesionar por salvarse el que se le acerca a Jesús. Pues tiene prisa y se arrodilla sin más ni más. Por supuesto, reconoce él la bondad del Maestro.
Y Jesús lo encamina hacia Dios; no hay nadie bueno más que él. Es que siempre apunta Jesús en dirección a Dios (véase SV.ES X:92).
Se le recuerda también al preguntador que Dios es quien declara lo que es bueno (Mic 6, 8). Antes que nada, pues, ante Dios se han de poner todos los que no se pueden sino obsesionar por salvarse.
Ante esa Bondad, solo vale la postura del que se deja purificar, perdonar y enviar (Is 6, 6-8). Es decir, han de verse pecadores ante Dios los que no se dejan de obsesionar por salvarse. Pero tienen que confiarle a la vez sus ansiedades (1 Pd 5, 7; Sal 55, 22). Aunque sin tratar de forzarle a hacer prodigios que promuevan sus ambiciones.
Sí, se preocupa de nosotros el que puede hacer lo que no los hombres. De hecho, su bondad condice con nuestra falta (SV.ES II:243; SV.ES V:152; SV.XI:64). Por lo tanto, por nada nos hemos de obsesionar (Mt 6, 25-32. 34). Creer en Dios, confiar en él, es dar fin a las obsesiones.
Si no nos podemos sino obsesionar
Jesús le recuerda también al preocupado los mandamientos. Pero solo los que mandan que se les trate con justicia a los demás y se les respete a los padres y las madres. Es como si se enseñase que amar a Dios, a quien no vemos, quiere decir amar al prójimo que vemos.
Además, no puede preocuparse uno solo de su salvación, sino también de la del prójimo. No, «no me basta con amar a Dios si no lo ama mi prójimo» (SV.ES XI:553). Y nos hace bien abrirnos a los que no son nosotros. Es que ensimismados, y preocupados por nuestra salvación y seguridad, corremos el riesgo de enfermarnos (véase EG 49). De enmarañarnos en obsesiones.
Pero el que quiere saber qué tiene que hacer para heredar la vida eterna ha sido observante desde pequeño. No, él no es de los que detestan las palabras de Dios (Sal 50, 16-20). Con todo, tiene él hambre y sed de algo más. Por lo visto, dejarse obsesionar por hacer para tener no le da plena satisfacción.
Y Jesús lo ama y le invita a la plenitud. Le pide deshacer su forma de vivir, y deshacerse de su riqueza para dar a los pobres. Tendrá, entonces, tesoro en el cielo; tenerlo allí luego es no tenerlo aquí ahora. Así también se libertará para seguir a Jesús.
Pero se rehúsa la llamada; se marcha pesaroso el que ha venido corriendo. No le gusta la forma de vivir de Jesús. La de dar, de entregar aun el cuerpo y derramar la sangre. El rico, pues, nunca aprenderá de los pobres la verdadera religión (SV.ES XI:120, 462). No se cesará de obsesionar por cosas que lo inquieten.
Señor Jesús, Sabiduría y Palabra de Dios, que te prefiramos a los reinos del mundo. No permitas que nos dejemos obsesionar por ellos. Así seremos humanos de verdad, generosos, solidarios, esperanzados. Anticiparemos así también el reino de Dios y su justicia. Y se nos dará cien veces más todo lo demás.
10 Octubre 2021
28º Domingo de T.O. (B)
Sab 7, 7-11; Heb 4, 12-13; Mc 10, 17-30
0 comentarios