Es difícil imaginar que Jesús pudiera utilizar el término «padre» sin reflexionar sobre el que había sido su padre terrenal durante la mayor parte de su vida, José. Permítanme sugerir dos ilustraciones al respecto.
En primer lugar, cuando los discípulos piden a Jesús que les enseñe a rezar, Jesús les dice que empiecen «Padre nuestro…» Utilizar el título «Padre» para referirse a Dios no era habitual en el judaísmo, pero Jesús utiliza repetidamente ese título para referirse al que le envió al mundo. La experiencia de Jesús con José daría sentido y sentimiento a la forma en que se dirigiría a su padre celestial. Su corazón humano no podía menos que establecer esos vínculos amorosos y de por vida. Cuando hablaba con el Señor Dios, lo más natural era que se dirigiera a él como Padre y lo hace más de cien veces en los Evangelios. ¿Podría decir la palabra «Abba» sin recordar a José en algún nivel? De niño, se había dirigido así a su padre miles de veces.
Una segunda idea. El título de «parábola más conocida del Nuevo Testamento» pertenece probablemente al Hijo Pródigo. Curiosamente, muchos creyentes discuten sobre si ese título sirve bien a la parábola. Algunos insisten en el nombre de los «Hijos Pródigos», ya que ambos hijos han sido derrochadores, cada uno a su manera. Otros sostienen —y esta posición tiene cierta fuerza— que la parábola debería llamarse «El padre amoroso», y eso por razones obvias. El amor del padre mantiene unida toda la parábola y define la relación con los hijos.
Retomemos la parábola al final de su primera parte:
Y, levantándose [el hijo menor], partió hacia su padre. Estando él todavía lejos, le vió su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: «Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo». Pero el padre dijo a sus siervos: «Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies» (Lc 15,20-22)
No hay que pasar por alto la avalancha de elementos que describen al padre en el versículo 20: ve al hijo muy lejos (¿lo estaba esperando?), corre hacia él, lo abraza y lo besa. En el centro de estas acciones surge el maravilloso reconocimiento de que el padre estaba «lleno de compasión».
Al considerar la forma en que Jesús describe a este padre compasivo, uno se pregunta si José le ha proporcionado este parangón de amor dinámico. En su ministerio, encontramos a Jesús «lleno de compasión» al tratar con las multitudes perdidas y hambrientas (Mt 9,36; 14,14; 15,32), con los ciegos (Mt 20,34), con el leproso (Mc 1,41) y con la viuda de Naín (Lc 7,14). Jesús reaccionó fácilmente de esta manera con los necesitados. Se puede sugerir que aprendió esta actitud de José. Tal vez José permitió a Jesús contar la historia del Padre Amoroso con tanta ternura y perspicacia porque Jesús se basó en él. Tal vez uno de los elementos que permitió a Jesús dirigirse a su Padre celestial con tanta facilidad fue su trato con este padre terrenal.
- Al ver a las multitudes, su corazón se compadecía de ellas, porque estaban turbadas y abandonadas, como ovejas sin pastor. (Mt 9,36)
- Al desembarcar y ver la inmensa multitud, su corazón se compadeció de ellos y curó a sus enfermos. (Mt 14,14)
- Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Mi corazón se compadece de la muchedumbre, porque hace ya tres días que están conmigo y no tienen nada que comer. No quiero despedirlos con hambre, por temor a que se desmayen en el camino». (Mt 15,32)
- Movido por la compasión, Jesús les tocó los ojos. Al instante recuperaron la vista y le siguieron. (Mt 20,34, los ciegos)
- Movido por la compasión, extendió la mano, le tocó y le dijo: «Yo lo quiero. Queda limpio». (Mc 1,41, ciego)
- Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: «No llores». (Lc 7,13, viuda de Naín)
Además, Jesús utiliza la palabra traducida como «compasión» en tres de sus parábolas: El rey se compadece de su siervo en bancarrota y le perdona su deuda, mostrando cómo debemos perdonarnos unos a otros (Mt 18,21-35). El samaritano se compadece de la víctima judía y la cuida con amor (Lc 10,25-37). Por último, el padre se compadece de su hijo rebelde (Lc 15,20).
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