AIC con la Familia Vicenciana ante la pandemia

por | Sep 20, 2021 | Formación | 0 Comentarios

1.- San Vicente ante los enfermos de contagio

El siglo XVII francés en el que vivió y murió san Vicente de Paul estuvo azotado por múltiples epidemias de peste que causaron terrible miedo en medio de la población tanto campesina como urbana, tal como afirma Jean Palou en su obra: Le Peur dans l’histoire. El miedo a la peste atenazaba la existencia de los hombres y mujeres del siglo XVII. Las epidemias locales eran frecuentes y el contagio inevitable. Se tenía miedo real a la “peste”, a la “muerte roja”, que causa dolores agudos, un vértigo repentino, manchas rojas y la muerte sin remedio, dado que no había los medios profilácticos y sanitarios que tenemos actualmente.

En este contexto, Vicente de Paul organiza su primera Asociación de Caridad con mujeres laicas para socorrer a los afectados por la peste. Tuvo lugar en Châtillon el 23 de agosto de 1617.

Seguidamente organizará, en pueblos vecinos, otras Cofradías de Caridad con hombres y algunas mixtas de hombres y mujeres para el socorro de los necesitados. San Vicente de Paul no pasa de largo, vence el miedo al contagio, se compromete en la ayuda y compromete a otras personas en la práctica de la caridad de forma organizada y estable.

San Vicente supo suscitar y atraer voluntarios y voluntarias a la causa de los pobres. A finales de 1617 él se volvió a Montmirail con los señores de Gondí. Había salido preceptor de sus hijos y volvió como misionero de los campesinos pobres. Su vida y su actividad había cambiado. El servicio y la evangelización de los pobres le habían convertido en continuador de la misión de Jesucristo. A su regreso había dejado la semilla del Voluntariado vicenciano en Châtillon y su comarca. El Sr. Beynier y las damas de la Caridad aplicando las enseñanzas del fundador de la cofradía, se entregaron con abnegación ejemplar al servicio de los famélicos. Alquilaron un granero, depositaron en él parte de su propia cosecha, realizaron una cuestación entre los vecinos pudientes de Châtillon y sus contornos y con sus propias manos repartieron alimentos a los necesitados. Al poco tiempo sobrevino una segunda ola de peste, considerada como el segundo jinete apocalíptico del siglo XVII. Se renovó el admirable espectáculo. Las dos damas de la caridad se instalaron en las afueras del pueblo, en cabañas rústicas que hicieron construir a propósito para repartir alimentos, ropa y medicinas. Allí establecieron el cuartel general de la caridad, allí preparaban los víveres para los hambrientos y las medicinas para los enfermos. Manos fieles e intrépidas los llevaban a las casas de los apestados.

San Vicente de Paúl consideraba la evangelización como un proceso que implicaba atender las necesidades físicas y espirituales de los pobres. Al hablar con los miembros de las Cofradías, Vicente comprendió que podría ser fácil para ellas centrarse en las necesidades físicas de la gente, y les dijo: «Como la finalidad de este instituto (la Cofradía de la Caridad) no consiste solamente en asistir a los pobres en lo corporal, sino también en lo espiritual, las sirvientas de los pobres procurarán y pondrán todo su interés en disponer para vivir mejor a los que sanen, y a bien morir a los que mueran, dirigiendo a esta finalidad su visita, rezando con frecuencia a Dios por ello y teniendo algunas pequeñas elevaciones del corazón a Dios para este efecto» (SVP: X, 579).

Más adelante, al hablar a las Hijas de la Caridad que se encontraban con personas en situaciones de desesperación, Vicente sintió la necesidad de ser más explícito: «¿Creéis, hijas mías, que Dios espera de vosotras solamente que los llevéis a sus pobres un trozo de pan, un poco de carne y de sopa y algunos remedios? Ni mucho menos, no ha sido ese su designio al escogeros para el servicio que le rendís en la persona de los pobres; Él espera de vosotras que miréis por sus necesidades espirituales, tanto como por las corporales. Necesitan el maná espiritual, necesitan el espíritu de Dios» (SVP: IX/1, 229).

San Vicente habla a los misioneros tentados de ver su ministerio exclusivamente dedicado a atender las necesidades espirituales de la gente: «Si hay algunos entre nosotros que crean que están en la Misión para evangelizar a los pobres y no para cuidarlos, para remediar sus necesidades espirituales y no las temporales, les diré que tenemos que asistirles y hacer que les asistan de todas las maneras posibles, nosotros y los demás; si queremos oír esas agradables palabras del soberano Juez de vivos y de muertos: ‘Venid, benditos de mi Padre; poseed el reino que os está preparado, porque tuve hambre y me disteis de comer; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me cuidasteis’. Hacer esto es evangelizar de palabra y de obra» (SVP: XI, 393-394).

Durante este tiempo de pandemia, mucha gente experimenta cada día miedo, inseguridad e incertidumbre respecto a la comida, el trabajo, la vivienda y la obtención de los medios necesarios para satisfacer las necesidades básicas. Los miembros de AIC tenemos ante nosotros el desafío de ser cada vez más creativos para responder a las necesidades espirituales y materiales de los necesitados.

Preguntémonos: ¿Cómo estamos respondiendo los miembros de AIC a las necesidades materiales y espirituales de los pobres y necesitados en el momento presente?

2.- Mirada compasiva de San Vicente y seguidores

Desde 1617-1618, fecha en la que el señor Vicente se comprometió a ejercer su ministerio entre los campesinos y de los pobres enfermos, fue ampliando su mirada compasiva a las dimensiones de la mirada del corazón de Cristo. Poco después, 1619, comenzó a cuidar de los esclavos en las galeras. Podemos constatar la amplitud de la mirada compasiva de San Vicente sobre la pobreza de su tiempo recordando las diferentes clases de pobres que se convirtieron en parte esencial de su vida:

  • 1633: los pobres afectados de peste en París a los que atendió Margarita Naseau y las primeras Hijas de la Caridad.
  • 1634: los pobres enfermos de los hospitales públicos (Damas de la Caridad, Hijas de la Caridad).
  • 1638: los niños abandonados (Damas de la Caridad, Hijas de la Caridad).
  • 1639: refugiados de la guerra (Hijas de la Caridad, Congregación de la Misión).
  • 1645: cristianos cautivos en el norte de África (Congregación de la Misión).
  • 1648: el pueblo de Madagascar (Congregación de la Misión). 1649: víctimas de las guerras de París y sus alrededores (Congregación de la Misión, Hijas de la Caridad, Damas de la Caridad).
  • 1650: ayuda a las personas que viven en zonas devastadas (Congregación de la Misión, Hijas de la Caridad, Damas de la Caridad).
  • 1654: hogares para ancianos (Congregación de la Misión, Hijas de la Caridad); soldados heridos (Hijas de la Caridad).

Podríamos añadir a esta lista la ayuda que San Vicente proporcionó a miles de mendigos, a familias nobles de Irlanda arruinadas y exiliadas, a hombres y mujeres religiosos que huían de la devastación de la guerra en situaciones muy precarias, a los cautivos de Argel a través de la comunidad de Marsella…

Como miembros de la Familia Vicenciana, preguntémonos:

  • ¿Quiénes son los pobres que nos reclaman ayuda hoy? ¿Qué me están diciendo a través de las Cáritas parroquiales, otras instituciones solidarias o los medios de comunicación social?
  • ¿Qué respuesta estoy dando yo personalmente como miembro de AIC? ¿Qué podemos responder como grupo?

3.- Respuestas de la Familia Vicenciana ayer y hoy

En 1636, declarada una ola de peste en París, una de las Damas de la Caridad del Hotel Dieu, la Sra. Ligin, falleció contagiada por cuidar a los enfermos de aquel hospital. Pocos días después murió por contagio una Hermana, Hija de la Caridad. Había miedo, mucho miedo (cf. I, San Vicente recomienda ser prudentes y mantener las medidas de aislamiento establecidas por las autoridades sanitarias. En esta línea escribió al señor Colletot, prior de la abadía y párroco de La Foret de Roi, que había establecido la cofradía de la Caridad en su parroquia:

«La cofradía de la Caridad, cuyo Reglamento le he enviado, no es para asistir a los enfermos del contagio. Hay algunos sitios en los que las siervas de los pobres, esto es, esas honradas mujeres que son de la Cofradía de la Caridad, se han propuesto, no ya ir a visitar a los mencionados enfermos del contagio, sino más bien llevarles víveres o conducirlos a algún otro sitio distante del lugar adonde se han refugiado esas pobres gentes, de modo que no estén allí en peligro de coger dicho mal. Esto se entiende de los lugares en los que no hay ninguna disposición sobre esos enfermos apestados. Pero la citada cofradía no está fundada directamente para los apestados, sino sólo de manera indirecta. Y si en vuestra parroquia hubiese algún caso de dicha enfermedad, sería conveniente que la Caridad nombrase a alguna buena mujer o a algún buen hombre, para que les llevase víveres sin que las siervas de los pobres tuviesen que ir allá cada una en su día señalado, como ocurre con los demás enfermos.

Y esto es, señor, todo lo que puedo decir a usted en respuesta a la suya, si no es que ruego a Dios que bendiga la santa obra que emprende, que santifique su alma, que sea El mismo su recompensa en este mundo y en el otro y que me haga digno de ser, en su amor y en el de su santa Madre, su muy humilde servidor, VDP» (I, 191)

En febrero de 1835, casi dos años después de la creación de la Sociedad de San Vicente de Paúl, Federico Ozanam escribió a su amigo, Léonce Cournier: «En cuanto a nosotros, débiles samaritanos, profanos y gente de poca fe como somos, atrevámonos, sin embargo, a acercarnos a ese gran enfermo. Tal vez no se asuste de nosotros, tratemos de curar sus llagas vertiendo en ellas aceite; hagamos resonar en sus oídos palabras de paz y de consuelo y, luego, cuando se les hayan abierto los ojos, los pondremos en las manos de aquellos a quienes Dios ha constituido guardianes y médicos de las almas, los sacerdotes, que son también, en cierto modo, nuestros hoteleros en nuestra peregrinación sobre la tierra, ya que dan a nuestros espíritus errantes y hambrientos la palabra santa como alimento y la esperanza de un mundo mejor como albergue. Eso es lo que se nos propone; esa es la sublime vocación a la que nos llama la Providencia» (Carta a Léonce Cournier, 23 de febrero de 1835).

Federico Ozanam exhortaba a los miembros de la Sociedad a actuar como el Buen Samaritano: acercarse y tender la mano a las personas heridas por el cólera, tendidas a la vera del camino para curarlas, acompañarlas y consolarlas. Hoy se hace una tarea difícil por las medidas de distanciamiento y prevención. Pero mantenemos la mirada de fe: «Dad la vuelta a la medalla y veréis con las luces de la fe que son ésos los que nos representan al Hijo de Dios, que quiso ser pobre» (SVP: XI, 725). Federico Ozanam no sólo prestó servicios directos a los pobres, sino que fue su defensor ante las personas influyentes y ricas, tanto en la sociedad como en el gobierno.

La Iglesia católica pasa hoy por desafíos difíciles ante la pandemia de la Covid-19, contando con la reducción sistemática de vocaciones religiosas y laicas a la práctica de la caridad en los últimos años. La nueva situación ha traído y sigue trayendo, al menos cuatro cambios, que refuerzan los desafíos ya existentes:

  • Distanciamiento social, para reducir el contagio de millones de personas. Frente a esta norma en AIC optamos por mantener la cercanía afectiva: una llamada telefónica, el recuerdo y la oración por los contagiados evitarán la muerte espiritual de muchos…
  • Crisis social y gran recesión económica causada por la caída de industrias y comercio, el fuerte crecimiento del desempleo y las pérdidas de valor de los activos financieros y físicos. El hecho conduce a que millones de personas entren en una situación de pobreza fuerte… Ante esta realidad, los miembros de AIC optamos por compartir lo que somos y tenemos y buscar medios para afrontar la crisis de muchas familias.
  • Las relaciones digitales, estimuladas por la proliferación de plataformas digitales, por un lado, han facilitado y permitido la comunicación entre las personas y los grupos aislados, pero por otro han cambiado completamente la forma de relación e interactuación. Ante nosotros se abre el desafío de formar a los miembros de AIC en el manejo de las redes sociales y su funcionamiento para comunicarnos mejor y tener acceso a los recursos que la sociedad nos ofrece.
  • Negativismo y pesimismo, que llevan a las personas a cuestionar los valores básicos de la fe, la esperanza y la caridad, en todos los aspectos, tanto sociales, económicos y políticos como ambientales. Ante nosotros se abre el desafío de sembrar esperanza y búsqueda de personas solidarias y caritativas para cambiar el mundo.

Todo esto tiene consecuencias en la vida de la Familia Vicenciana y, en particular, en la Asociación de Voluntarias de la Caridad (AIC). A los asesores y asesoras nos corresponde alentar y motivar la práctica de la caridad efectiva y reflexionar sobre las consecuencias de estos cambios.

No obstante, la crisis del coronavirus no es la única pandemia que hemos de afrontar juntos. En el presente se están multiplicando otras «enfermedades sociales» y se extendían también las «enfermedades espirituales». Necesitamos una coordinación y unión mundial, como estamos viendo con la Covid-19. Cada año se cometen 6 millones de abortos (pandemia de la muerte). Todos los días, 820 millones de personas sufren carencia de alimentación adecuada (pandemia del hambre ). De los casi 8 mil millones de habitantes del planeta, 7 mil millones no conocen a Cristo (pandemia espiritual). El paro y la carencia de trabajo en el mundo alcanza ya los 250 millones (pandemia de desempleo). Nuestra juventud es estimulada diariamente a las adicciones (pandemia de las drogas). Un millón de seres humanos se suicidan cada año (pandemia de la desesperanza). Los refugiados ya suman 70 millones de personas (pandemia de la vulnerabilidad). Hay países en los que el saneamiento básico sólo llega al 10% de los hogares (pandemia sanitaria). La desinformación y las noticias falsas están creciendo en los medios de comunicación (pandemia mediática). Millones de personas viven solas, sin familia y sin esperanza (pandemia de la soledad).

Estas son algunas pandemias aterradoras que debemos afrontar con la misma fuerza, voluntad, dedicación y seriedad de San Vicente de Paúl, Santa Luisa de Marillac y el Beato Federico Ozanam. Reflexionemos y preguntémonos: ¿Los agentes políticos, la prensa y la sociedad civil sienten la misma repugnancia por estas otras pandemias? ¿Existe, de hecho, una presunta «unión global» contra estos otros males sociales? ¿Será la gente ya insensible a esta triste realidad? ¿Qué decimos nosotros desde AIC? ¿Qué podemos hacer?… Tal vez el mundo ha despertado ahora sobre el Covid-19 porque es una enfermedad que afecta a todos, mientras que las otras dolencias eran, sobre todo, perjudiciales para los más pobres.

Las Hijas de la Caridad, la Congregación de la Misión, La Asociación de las Voluntarias de la Caridad y La Sociedad de San Vicente de Paúl han tratado a lo largo de la historia de dar testimonio de la caridad, luchando contra estas pandemias sociales. Durante la fundación de las Hijas de la Caridad murió contagiada Margarita Naseau en febrero de 1633. Durante la fundación de la primera Conferencia de Caridad, por ejemplo, Francia se vio inmersa en una angustiante epidemia de cólera en la que algunos miembros se contagiaron… El beato Federico Ozanam, uno de los siete fundadores, es considerado uno de los precursores de la Doctrina Social de la Iglesia, al indicar la perspectiva cristiana y la manera justa de tratar, en la práctica, todos estos desafíos de la vida humana.

La fidelidad al Evangelio y al carisma de nuestros Fundadores nos llama a vencer el miedo y a ser creativas en la práctica de la Caridad. ¡No dejemos dormir el carisma!

Sor Mª Ángeles Infante H.C.
Fuente: «Justicia y Caridad», boletín de la Asociación de Caridad de San Vicente de Paúl en España, nº 299, noviembre de 2020.

Etiquetas: coronavirus

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