La pandemia del cobid se propaga con rapidez por los cinco continentes, contagiando a toda clase de personas, hombres y mujeres, niños y mayores, blancos y de color. Las olas del virus se suceden sin parar y las mutaciones de las cepas dificultan encontrar una vacuna eficaz. Los Gobiernos son partidarios de restringir algunos derechos personales, como es el derecho a reuniones y concentraciones en interiores y en las calles, si exceden el número permitido de personas, y los partidos políticos discuten cómo compaginar la protección de la salud y los derechos de las persona, pues todos los seres humanos, ricos o pobres, tienen unos derechos que defienden con tesón. Baste recordar que los franceses se levantaron en 1789 exigiendo los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad y formularon los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en conflicto con la jerarquía eclesiástica, que hasta el siglo pasado ungía a los reyes absolutistas como personas sagradas. Los trabajos en pro de la democracia desembocaron el 10 de diciembre de 1948 en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
Jesús respetaba los derechos de justos y pecadores, porque a todos consideraba hermanos suyos e hijos del mismo Padre. La Hija de la Caridad guiada por el Espíritu Santo se considera defensora de los derechos de los pobres, y estos confían en ella. Las Hermanas consideran a Jesucristo como “la Regla de las Hijas de la Caridad y al que se proponen seguir tal como la Escritura lo revela y los Fundadores lo descubren: Adorador del Padre [ellas son sus embajadoras], Servidor de su designio de Amor [para dar amor y solo amor], Evangelizador de los pobres [defendiendo sus derechos]” (C. 8a). Si sometemos a una evaluación el respeto de las Hermanas a los derechos de los pobres, no salen reprobadas porque los defienden con la humildad, la sencillez y la caridad de su espíritu vicenciano, el Espíritu de Jesucristo, del que se revisten para convertirse en él.
Mentalidad que santa Luisa lleva hasta la consecuencia más atrevida y concluye que, si las Hermanas se han convertido en Cristo, cuando defienden los derechos de los pobres, estos no debieran ver en ellas a una mujer, sino al mismo Cristo (E 98). Es lo que afirma san Pablo, cuando dice que somos, “embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros” (2Co 5, 20). Dios envía a las Hijas de la Caridad al mundo de los pobres, que no han descubierto la bondad de Dios, porque su situación dolorosa les impide sentir que Dios defiende sus derechos humanos como un Padre.
Para poder defender los derechos de los pobres, la Compañía ha tenido que ajustarse a un mundo cada vez más complejo que abre muchas ocasiones para encontrar a los pobres, pero también levanta muros que entorpecen defender sus derechos, quedando diluida en una cultura global y uniforme que la asimila a cualquier institución religiosa u ONG social. Para abatir este muro y afianzarse en su identidad, la Asamblea General de 2009 animó a las Hermanas a “ahondar en la pertenencia a la Compañía y hacerse responsables de la Compañía del futuro, manteniendo viva la llama del carisma y estimulando el crecimiento en la vocación de Hija de la Caridad”.
Las Hijas de la Caridad tienen que ser creativas de acuerdo con los nuevos tiempos y trabajar en equipo con las distintas ramas de la Familia Vicenciana. En el diálogo con los pobres manifiestan que los respetan. Dialogar con ellos es valorarlos, aceptar las diferencias y construir puentes, aunque sean distintos los enfoques y diferentes las interpretaciones. La escucha es un acto de respeto mutuo que ayuda a superar las dificultades y da luz a la evangelización. Jesús, antes de subir a los cielos, nos dejó su testamento: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,16-20). Promesa que nos lanza a evangelizar respetando los derechos de todos, si dejamos al Espíritu Santo que ponga en nosotros las mismas virtudes de Jesús, especialmente la humildad, la sencillez y la caridad, necesarias para respetar los derechos de los pobres.
P. Benito Martínez, CM
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