“¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?”
Éx 14, 21-15, 1; Éx 15; Mt 12, 46-50.
Desde que inició su ministerio, Jesús pasa la mayor parte de su tiempo enseñando en las sinagogas, predicando a la orilla del lago, curando enfermos en el camino, es decir, poco tiempo es el que está en su casa, por eso no es de extrañar que, como lo relata este pasaje, María y otros familiares vayan a buscarlo porque querían hablar con él.
Cuando le avisan que ahí están su madre y sus hermanos, la respuesta que da Jesús parecería hiriente, pues a simple vista estaría desconociendo a María; sin embargo, lo que está queriendo transmitirnos es que los lazos de familiaridad con él no se dan solo por consanguinidad, sino que la relación debe ir mucho más allá. Podremos ser hermanos de él al acoger la Palabra en nuestra mente y en nuestro corazón asumiéndola como proyecto de vida y poniéndola en práctica en nuestro día a día. De esta manera se verá reflejada en nuestras acciones y actitudes, y llegaremos así a cumplir la voluntad del Padre: vivir la vida plena que ha soñado para cada uno de nosotros.
Pidamos al Señor, nos conceda estar atentos a su Palabra, con la mente y el corazón dispuestos para revestirnos de Jesús y así, podamos reconocernos como hermanos del Señor.
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