Una cortísima frase que san Pablo inserta en su carta a los Corintios es tan breve que casi pasa desapercibida, pero abre una verdad en el corazón del Evangelio. Esa frase: «acto de gracia».
La primera vez que la utiliza, se refiere a la generosidad de los corintios al ayudar a los cristianos de otra ciudad que habían pasado por momentos difíciles. «Del mismo modo que sobresalís en todo: en fe, en palabra, en ciencia, en todo interés y en la caridad que os hemos comunicado, sobresalid también en esta generosidad».
Pero cuando utiliza la frase por segunda vez, no sólo toca el ejemplo preeminente de acción desinteresada (la vida del Señor Jesús), sino que Pablo también se está refiriendo a la fuente subyacente de toda esta generosidad, el don de Dios de su propio Ser a nosotros en su Hijo. Su manera de hablar de este acto de gracia primigenio: «conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza«. Todo este significado se condensa en la expresión «acto de gracia», la acción centrada en el otro, que conlleva el sacrificio por el bien del prójimo.
¿Podría esta frase ser una fórmula abreviada para la vida de discipulado de cada cristiano? Podría, por ejemplo, significar lo mismo que Pablo desafía a sus corintios: dar de lo que a uno le sobra a los que están mucho más necesitados.
En términos más contemporáneos, podría significar prestar una atención activa y efectiva a la creciente disparidad de ingresos, especialmente en nuestro propio país. Un indicio de ello es la marcada forma en que la relación salarial entre los ejecutivos de alto nivel y el trabajador medio se ha ampliado tan drásticamente (incluso ha explotado) sólo en la última década. Más que a los actos de gracia que yo pueda hacer individualmente, la expresión puede referirse también a las medidas políticas corporativas y gubernamentales de gracia adoptadas por un país para reducir esa escandalosa diferencia de ingresos.
En ese contexto social más amplio, escuchamos otras palabras de Pablo: «vuestra abundancia remedia su necesidad, para que la abundancia de ellos pueda remediar también vuestra necesidad y reine la igualdad«.
Los «actos de gracia» de Pablo pueden aplicarse no sólo a los individuos que ayudan a los individuos, sino a toda la forma en que la economía debe estructurarse para ser más justa en toda la ciudadanía. A esto se suma nuestro propio san Vicente, que en una carta de 1640 a uno de sus sacerdotes adoptó esta postura «No hay acto de caridad que no vaya acompañado de justicia…».
Pablo establece el principio: «Para que haya igualdad», y termina con una floritura de las Escrituras,
El que mucho recogió, no tuvo de más;
y el que poco, no tuvo de menos.
En la Eucaristía todos compartimos el Acto de Gracia, el derramamiento de toda la vida de Nuestro Señor por cada uno de nosotros. Que la inconmensurable generosidad de este sacrificio se derrame en acciones que lleven el amor de Dios más plenamente a todas nuestras vidas.
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